martes, 23 de junio de 2009

El contrato de mi vida





La oferta era irrechazable. Seis meses de contrato, e incorporación a plantilla, seiscientas mil de las antiguas pesetas, seis semanas de vacaciones. Acepté, comienzo el seis de junio.

Me desplazo en coche el primer día para no llegar tarde, pero la calle Averno no aparece en el GPS. Entro en el polígono, cuyo cartel de bienvenida arañaba el suelo al colgar de un palo, y una única calle, y una sola nave. Ahí está, es tétrico, pero no me acobardo.”NASTA, SA” distribuidor de carbón. Llamo a un pequeño timbre tiznado de negro, y nadie contesta, giro despacio el pomo de la puerta con valentía; una enorme nave ante mí, repleta de piedras de carbón, cientos... Los cristales oscuros no me dejan ver el interior y noto una subida de la temperatura, pero el carbón está frío. Empujo suave la puerta, ésta sin pomo, y la noto caliente. Un solo despacho, las luces en penumbra, una silla, un ordenador apagado, varias bandejas, elementos de oficina y el teléfono descolgado.

-¿Hay alguien aquí? No hay respuesta. He venido a trabajar, es mi primer día, grité. ¿El señor Nasta? Mis palabras se quedaban mudas ante tal silencio, y mi primer gesto profesional fue colgar el teléfono. Acto seguido, las luces se encienden y suena el teléfono… me acerco despacio y tomo asiento, en la pantalla digital del mismo parpadea “Sr. Nasta – llamando”. No dudo en descolgar, el mismo director me llama desde su despacho, imaginé. Mí oído en el auricular y siento una pequeña absorción como de aspiradora, hasta que la potencia sube y mi cuerpo, que comenzaba a arder, se introduce despacio por él. Salgo despedido como bola de fuego y voy a parar al montón de carbón. Soy una piedra más… Me ha contratado el mismísimo diablo. SATANAS