lunes, 14 de octubre de 2013

Una fábula sencilla

La última vez que bajo por esta estrecha escalera, al menos durante 15 días, con sus noches y todo. No puedo contener unas pocas lágrimas cuando me deslumbra el sol de las 6 de la tarde de Agosto en Madrid. La puerta de la oficina se cierra tras de mí, y dejo ahí ese agobio diario que se interponía entre mis planes e ilusiones. ¿Cómo es posible que el ser humano demuestre su alegría con llanto? ¡Qué contradicción! Pues sí, así estoy yo, como cantaba Sabina, libre de vacaciones y llorando. Una tarde preciosa y calurosa. Inmóvil, en la calle, mis compañeros pasan por detrás, me tocan el hombro, me desean buen descanso, algún beso forzado,… y yo asiento media sonrisa, escondo mi emoción. Me fijo en ese cartelón publicitario que jamás presté atención; “System Quick”, anuncia un club de gimnasia o algo parecido, con una bella señorita y una bicicleta. Si señora, hay que volar rápido de aquí. Me transmite positividad, es como mi propia vida, la que siempre comparo con una fábula llena de maravillosas historias, sencillas, pero maravillosas. Una sencilla fábula. Me dirijo a pie, hacia la parada del bus, cobijándome en la sombra de los edificios, mientras mi mente hojea a toda velocidad los sucesos de estos días atrás. Quizás esté obsesionada con ese hombre, ¿hice bien en pasar a buscarle a su trabajo? Fue un impulso necesario, pero tuve miedo de recibir el bofetón de vacíos anteriores. Pero esta vez iba a ser definitiva, o al menos así lo creía. Me equivoqué, sí. Quizás no es mi destino. El claxon de un coche me apresura a cruzar el paso de cebra señalizado con semáforo. Su muñequito rojo me recuerda que de lo legal a lo prohibido hay un solo paso. Mi timidez a veces me acobarda, pero por otro lado soy valiente. La gran ciudad me absorbió sin complejos; soy una más, una de tantos que te miran, que sonríen, que te ignoran, te amenazan, cantan, te abrazan, lloran, piden, protestan, discuten, bailan, se besan, se agrupan, que corren, que gritan, que vuelan, que desaparecen, que te escriben, que juegan y vuelven a aparecer. Soy un personaje más de una estupenda fábula en la que busco mi hueco. Tengo trabajo, amigos, salud, juventud, pero te necesito a ti. A esa persona que me corrobore que no soy insegura, que me arrebate los miedos y que me haga sonreír más. Mis ideas se desplazan, como yo en mi autobús, soñando tras la ventanilla, de parada en parada. Ahora pienso en Portugal y mi Extremadura, desconectar, embriagarme de mi gente, atropellarme de abrazos y sonoros besos reales que sonrojen mis mejillas. Sin apenas darme cuenta ya he pulsado el botón de “STOP”, y estoy de nuevo en la calle, me he sentado en el banco de siempre, con mi música en los auriculares y pensando en ti. Otra vez frente a la puerta de tu trabajo, arañando un último resquicio de un posible encuentro. Soy una soñadora, y no dejaré nunca de soñar.

sábado, 12 de octubre de 2013

Mi Tormenta

Ha comenzado Octubre. La rutina ya está instalada ahí fuera. Mi reloj laboral se paró en Junio y con el mi actividad, mi ilusión, mi quehacer, mi autoestima,…La mirada se pierde tras el cristal, los ojos fijos en nada, en un triste vacío de un tarde de lunes. No oigo a mi marido, pero está hablando por teléfono, ni siento a mi hijo que lee en voz alta. La primera gota que choca en la ventana, rompe y desvía mi atención. Resbala despacio hacia abajo, a la vez que la acompaño con la yema de mi dedo índice desde el otro lado. Me encanta la sensación de estar dirigiendo su destino. Hago su mismo recorrido, sordo desde el interior, estridente desde fuera. La sigo muda en mi pensamiento, y la dejo morir en el alféizar. Una más que aterriza allí, y otra gota y cientos de ellas golpean, alocadas e incesantes, haciendo girar alborotado mi corazón. Ha sonado el despertador de mi impaciencia; maravillada, deslizo la hoja de la corredera y extiendo los brazos con las palmas hacia arriba. Frías gotitas como agujitas, acaban en mi piel acelerando el pulso y levantando una sonrisa de mi estéril gesto. Cierro la ventana, nerviosa y corro por el pasillo hacia mi habitación. Abro el armario, me muerdo una uña, un pantalón corto, una camiseta de tirantes blanca y unos deportivos serán suficientes. Es habitual que salga a hacer deporte, pero no con esta lluvia, al menos eso parecía decir la expresión de mi marido, examinándome de arriba abajo, con un gesto fruncido. Cierro la puerta de casa en silencio, como si no me hubieran visto. Corro escalera abajo como cuando era una chiquilla, y alcanzo el portal con un vertiginoso salto. Avanzo por la acera con paso firme, sin miedo, a contracorriente de los vecinos que buscan refugio de esta tormenta, mi tormenta. Después de unos metros levanto la mirada hacia arriba; mi marido me habla desde la ventana haciendo gestos, pero no le escucho. Mi hijo se ríe, y yo con él. Comienzo a correr, buscando campo abierto, mi respiración se mezcla con el sonido de cada pisada en la arena mojada. Mi cabello, chorrea empapado, desaguando a través de mi coleta. Me excito de mi locura, por un instante soy feliz de mezclar calma con tormenta, de romper mi lanza contra lo establecido, de soñar despierta en este mar de agua que embriaga mi deseo. Recorro metros, quizás un kilómetro, no me detengo. Desato mi furia contra los charcos, aparto las hojas de otoño que se extienden a mi paso, despejo el agua que nubla mi vista. Sí, soy fuerte, puedo resistirlo. Mil voces estallan en mi cabeza, me persiguen y me quieren condenar, pero no son capaces de detener mi veloz compromiso. Extenuada, voy haciendo lenta mi carrera, hasta quedar inmóvil, en cuclillas. Lágrimas mezcladas con agua de lluvia, risa con llanto, desazón con rabia, mezcla de sentimientos en esta etapa de mi vida. La tormenta cesa y con ella mi ansiedad; regreso pausada con suave caminar y precioso anochecer de otoño. Mi entrada en el súper causa estupor al cajero solitario, que no levanta la vista de mi camiseta mojada. -¡Vaya! Cómo está usted…de empapada, - me insinúa. Me acerco despacio a su lado y mientras con una mano le pellizco sus partes y con otra le arrebato una barra de pan, le susurro al oído –no me gusta su voz, caballero-. Salgo con decisión, con mi sonrisa más sarcástica y mirando el pan. Ya tengo excusa para contar en casa.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Mirando a Cuenca

A cuatro patas, con los antebrazos apoyados en la sábana, los calzoncillos por los tobillos y mi dignidad por los suelos. En la pared fotos de niños, calendarios marcados, una sala fría…sólo faltaba una panorámica de Cuenca colgada ante mis ojos. ¿Qué me impulsó a probar esta experiencia a mis 39 años? Mi mujer, mis hijas, mis amigotes, mi adolescencia rompedora con las chicas, todo echado por la borda en cuestión de minutos. Mientras recordaba, ya sudaba mi frente, me temblaban las piernas y aún no había sentido nada dentro de mí. Empecé a oír cómo se enfundaba el látex en su miembro, ¿Cómo sería de grande? Un señor de unos 55 años, con anillo de matrimonio, quizás con hijos también, qué degenerado, desvirgarme a mí…claro que fui yo el que llamé para sodomizarme. Sentí sus pasos hacia mí esperando el momento. Entró despacito, solo una vez, me resistí a chillar para que no pensara que me gustaba, ¿y si me gustaba? Se me hacía eterno e imaginaba su cara de salido regocijándose con la visión de mi culo en pompa. Pero sólo fueron unos segundos, quizás un minuto. Sacó su miembro sin delicadeza lo que sumó un suspiro afeminado por mi parte, y se dirigió a mí diciendo: “Confirmado, es una almorrana. Échate esta crema 2 ó 3 veces al día”. Salí de la consulta del médico con cara de imbécil, pensando que la gente sabía lo que me habían hecho. “Ya me daré la crema yo solito en casa”, afirmé con dureza.

viernes, 31 de mayo de 2013

Con los ojos cerrados y los sueños despiertos

Cuando abrí los ojos, aún adormecido por la anestesia, fuiste la primera persona que vi. Tus ojos grandes, siempre sonrientes y amables, liberan una sonrisa a cualquiera que te observe. Sin embargo, recibiste un bofetón absurdo de mi ego adolescente que creo, afortunadamente, no recuerdas. La apendicitis, en plena pubertad, me debió afectar más de lo normal. Ahora, casi 30 años después, repaso las imágenes de aquella época, sin duda la más bella. Me miro en el espejo, atónito ante alguna cana que asoma al comienzo de mi cuarta década. Cierro los ojos y te vuelvo a ver, haciendo el burro en casa, sacando fuerzas de flaqueza, franqueando los límites de la tranquilidad para una casa con 7 personas. En resumen, alegrándonos la vida. Para ti no había barrera infranqueable, cabezona como nadie y por tus santos cojones que lograbas el objetivo marcado. No ha cambiado demasiado en ese sentido desde entonces. Con los estudios y en el trabajo, nadie te discute. Como madre, indestructible; como persona, inmejorable. Naciste la segunda y te colocaste en cabeza. En ti nos apoyamos para todo; lo bueno, lo malo, lo mejor y lo peor. Siempre fuerte por fuera con la coraza indestructible, sufres por dentro lo que no hemos podido ver. No queremos perder la sonrisa de la “tula”, la mofletes que siempre nos prestó su apoyo, que nos hacías reír a cada momento. Cuando uno de los cinco sufre, el resto de los dedos se doblan hacia dentro y hacen un puño. Como siempre. Abro los ojos. Vuelvo a mirar en el espejo. Estás detrás de mí. Con los ojos cerrados, pero con los sueños despiertos. Te quiero hermana

sábado, 25 de mayo de 2013

21 de Junio sin ti

Hoy he vuelto a mi pueblo, no donde yo nací, sino donde viví gran parte de mi vida. Larga y saludable vida. Dura y trabajada. Aquí crie a mis tres hijos, junto con mi marido, trabajando en el campo y manteniendo una posada de un pequeño y frío pueblo de Soria. He querido volver hoy, un día soleado de Mayo, ya que los recuerdos más recientes se agolpan en torno al verano de esta casa. Doy vueltas por el perímetro de mi corral, junto a mi incansable muleta, despacio, impregnada del olor de la hierba húmeda, del aroma de las rosas, del color de las nubes de un cielo despejado, del trinar de los pájaros, de la tranquila soledad. Apoyada en la puerta de la majada, alzo mi vista hacia la fachada trasera de la casa. Me cubro los ojos deslumbrada por el sol. La mano derecha sobre la frente me ayuda a ver lo que siempre me hizo feliz; una larga mesa, un extendido mantel, multitud de platos, vasos, cubiertos, bebida, comida, risas, voces, cánticos, hijos, nietos, bisnietos, “arrimaos”,…. Los grandes momentos de alegría compartida que siempre duraba poco, muy poco. Pero me llenaba y alargaba la vida cada instante. A pesar de no poder ejercer mi reputación de “mandona”, me resignaba contenta a la disposición de los demás. Si fuera posible volver a repetirlo, aunque fuera una vez más. Sé que yo no estaría en mi silla, pero que mejor garita de vigilancia que la que tengo ahora, controlando todo desde arriba. Me tendríais muy presente que yo lo sé, que aunque no era el alma de la fiesta, me “querís” mucho. Rodeada de pensamientos y recuerdo entro en la casa por la puerta del patio, pasando por encima del viejo tronco; ya huelo mi casita, mi planta baja, donde pasaba los últimos veranos, esa tan fresquita que nos cobija del calor. El baño nuevo a la derecha, mi habitación un poco más adelante, para dar paso a la entrada, presentada por el amenazante y viejo bastón de caramelos bajo la escalera. Un vistazo a la cocina, para ver aún notas con mi letra, la pequeña chimenea a la que arrimaban todos los pies en invierno. Rozo con mi mano el viejo mantel de la mesita, y mis palmas se llenan de azúcar para hacer los pestiños que con tanto cariño ofrecía. Me froto las manos con vigor y desaparecen en la pila bajo el ventanuco que vigila el patio. En el pequeño baño anexo, el agua corre con alegría mientras los niños se lavan las manos; aún los veo correr hacia la calle y volver a entrar, sin descanso. Este año, el verano entrará sin mí, no cumpliré años con vosotros, pero siempre permaneceré con vosotros en la planta de arriba, cuidando de todos, como lo habéis hecho conmigo. Despacito abro la gran puerta de madera que da paso a la escalera, con cuidado subo los dos primeros crujientes peldaños, no sin antes echar la vista atrás por última vez. Mis pequeños ojos se cierran, y la puerta queda entreabierta tras de mí. Os quiero a todos. Este texto está dedicado a esa gran persona que yo mismo nombré como "mi abuela" desde 1999, año en que la conocí.

sábado, 2 de febrero de 2013

Bajo el Mar de Agosto




Finalizó, acabó para mí el ajetreo. Atrás dejo las voces, los cánticos, los brindis, las palabras de halago y agradecimiento, los regalos, los abrazos,… Doy un beso a mis hijos y a mi marido, y con un “hasta luego” me despido de ellos. Saben que en menos de una hora volveré. Como cada 20 de agosto, abandono mi fiesta y me dirijo a la playa. Es el momento más dulce y excitante que anhelo cada año. Mi vista alcanza ya el paseo, en la zona más tranquila, donde casi no hay gente. Voy bajando las escaleritas de madera que dan acceso a la playa. Mis pies ya se hunden en cada paso. Me siento a escasos metros de la orilla, y rodeo las rodillas con mis brazos en señal de ternura. El día finaliza en unos minutos y al igual que Cenicienta perdió su zapato, me descalzo colocando los míos delante de mí, alineados frente al mar. Cierro los ojos, y echo mi cabeza hacia atrás, apoyando los brazos en la arena; mi cabello queda suelto, me evado de todo, solo existimos tu y yo. Siento que estás cerca, muy cerca, lo intuyo. La brisa marina se abalanza sobre mí y me dedica una caricia furtiva, como un beso robado desde el cielo. El vello se me eriza e instintivamente hundo los pies debajo de la tierra húmeda. Deseo mirarte a los ojos, saber que estás enfrente. Me incorporo poco a poco y abro los ojos. Estás ahí, como en cada cita, cuando te necesito. Tus cautivadores ojos y tu camisa blanca rompen la noche, y despiertan en mi interior sensaciones increíbles, que hacen florecer las primeras lágrimas en mis mejillas.
            Se me atropellan las palabras y con un nudo en la garganta, intento narrarte lo que sentí durante todo un año sin verte. Tú, impasible pero tierna, escuchas atenta y me aconsejas con el único sonido que las olas hacen muriendo a mis pies. Me tiendes la mano ayudándome a levantar; nos acercamos hasta la orilla, y ya con los pies mojados, me abrazas. El agua fría, rodea mis tobillos y tus brazos mi cuerpo. Me uno a ti en cuerpo y alma en este mágico instante, fugaz y eterno. Sueltas mi cuerpo, con delicadeza, acaricias mi rostro y me besas. Retrocedo, paso a paso, sin dejar de mirarte. Estás tan lejos y a la vez tan cerca. No me falles nunca, Luna.

miércoles, 2 de enero de 2013

CAFE A CUCHARADAS



Café a cucharadas

Agosto  del año 2011. Mis peores previsiones se cumplieron. Sin trabajo, sin ingresos y prácticamente sin recursos.  España es un polvorín. El paro, la aburguesada clase política, los recortes económicos y la crisis me hacen salir disparado.  Once horas de vuelo hacen el resto; destino Montevideo. Atrás mi familia, mis vecinos, mi desahuciado hogar, mis amigos.
                El aeropuerto de Carrasco me da la bienvenida a una primavera húmeda y sofocante. Me sobra la mitad de la ropa y aún no he bajado del avión. Retiro mi pequeña e inconfundible maleta, que refleja mi inapetente vida de los últimos meses, y me dirijo en taxi a Sayago. Media hora escasa y estoy en José Batlle y Ordoñez. Tengo suficiente tiempo hasta las 6 de la tarde, para reposar y ordenar mis papeles, mis citas de trabajo y mis mapas trabajados desde Madrid.  Desde la sombra de un pequeño árbol diviso Pizzería “La Facha”. Evidentemente mis ideas políticas no me invitan a entrar y sonrío imaginando a Esperanza Aguirre dando vueltas a una rica masa mozzarella. De todas formas sólo necesito un café y un vaso de agua y los pensamientos me llevan a Orgi Sayago. Pienso que su nombre es un poco lascivo vuelvo a sonreír. El frescor agradable del aire acondicionado invade mi rostro y descanso a plomo en una sillita pequeña pegada a la cristalera de la calle.  Un café con hielo, un empleado y una señora sentada en la barra son los únicos habitantes de esta bonita cafetería. Pausadamente, el camarero seca copas una a una, y la mujer sentada de lado a la barra se toma el  café cucharada a cucharada, dejando brevemente la cuchara en su boca y sacándola de nuevo muy despacio. La introduce en la taza, remueve el café y vuelve a tomar su cucharada. Espero encontrar trabajo más rápido de lo que se mueve esta gente, pienso extrañado.
                La mirada de la señora del café se cruza con la mía y la evito girando la cabeza hacia la calle. Cierto es que su atractivo físico me sorprende y  las cucharadas las voy sintiendo como propias. Su pelo rojizo hasta media espalda hacen deslizar mis ojos a un bello trasero que hacen despertar mi erección. Unos vaqueros ajustados son ahora suficientes para mí. Demasiado tiempo solo quizás. No lo sé, pero intento distraerme con los transeúntes de la calle. Mi cabeza fija  en el cristal apoyando la frente en el vidrio buscando el frescor que me falta en otra parte de mi cuerpo. Dos minutos como un imbécil son suficientes para volver el rostro hacia la barra. Ella ya no está. Por fin puedo respirar. Se me hace tarde. Me levanto, pago el café, orino me relajo y me voy, hablo para mí. Así lo hago; y  pregunto al camarero por el baño que con un gesto rápido de cabeza me indica el lugar. Un pasillo estrecho y oscuro conduce a una única puerta en la que reza “Uno para todos”.  ¡Vaya! exclamo. Curiosa manera de explicarlo.
                Giro el pomo de la puerta y abro sin esfuerzo. La pelirroja de blanco se encuentra en el lavabo pintándose los labios, muy despacio, siempre muy despacio. Me quedo perplejo observándola por el reflejo del espejo. Detiene su pintalabios y se  dirige hacia mí.
-¿Sólo le gusta mirar a vos? Me pregunta.
- No, no, perdón…balbuceo. Yo no le miraba a usted. Siento que se me atenazan los músculos incluida la lengua que no puede articular más palabras.  Dos pasos de ella son suficientes para ponerse a mi altura. Con una mano me acaricia el pelo, y junta su cuerpo con el mío. Me mira fijamente, no pestañea.  Siento su otra mano en mi bragueta. Me masturba despacio, siempre muy despacio, y me besa. El sabor a café me impregna los sentidos. Cierro los ojos sudando y llego al orgasmo en un intenso arranque de placer.
-¿ Caballero?  Vamos a cerrar el local.
Abro los ojos entumecidos por el sueño. El camarero me zarandea despacio, siempre muy despacio. Miro el reloj asustado. He perdido la primera entrevista de trabajo y necesito cambiarme de pantalones. Joder, soy un desastre.