sábado, 16 de agosto de 2014

Con un pie dentro y otro fuera

La última vez que hablé con él fue en Enero de este año. No vendría mal volver a saludarle ahora en Julio y desearle felices vacaciones. Ellos ya traían el acero desde su empresa matriz en Italia y no existía relación de compra con nosotros, pero seguro que tenía muchas cosas que contarme.

Ya. La actividad se paró. El corazón late despacio a su ritmo normal y las llamadas al móvil disminuyen drásticamente de cuarenta diarias a ninguna o una quizás. La quietud de cada día estival contrasta con el compromiso del éxito en cada operación de negocio diaria y con la frustración continua del fracaso. Es justo la distancia entre tener un pie dentro y uno fuera. El llegar o no llegar a tiempo, el tener tiempo para todo y no tener tiempo para nada. Es tiempo de valorar lo que tenemos, lo que hacemos y lo que somos.

Un día cualquiera marcado por el sonido de un despertador se inicia con un pie en el suelo esperando que baje su otro compañero de la cama para comenzar a andar. Entre la puerta de casa y el taquillón de la entrada hay un solo paso al olvidarse el teléfono móvil, pero no vuelvo a entrar y me mantengo en vilo desde fuera con un pie dentro y otro fuera para alcanzar mi objetivo. Antes de tomar contacto con la principal arma de trabajo, el coche, repaso las últimas notas ilegibles en mi agenda del día anterior, con el pie derecho apoyado en el pedal de freno y el pie izquierdo aún sobre el asfalto de la calle. Objetivos fijados, cierro la puerta con seguridad, para comenzar la aventura diaria llena de vaivenes, subidones y bajones, estrés, ansiedad, paz y calma, contraste de sensaciones para tan pocas horas que ponen a prueba mi cuerpo y mi mente. Los kilómetros recorridos hacen sufrir mi espalda mientras consigues que la línea discontinua de la carretera no se convierta por despiste en una línea continua en la pantalla de una máquina de hospital. Demasiado dramático, pero demasiado real.

Uno tras otro, los objetivos de cumplen, las visitas se realizan, intentando siempre escuchar el triple de lo que te dicen, las conversaciones se evaporan, las manos se estrechan con y sin fuerza, pocos besos y muchos gestos, y algunas de esas personas se quedan contigo, dentro de ti. Pasan de ser clientes a ser amigos.
Cada visita se inicia con el mismo ritual; sale el pie izquierdo primero, luego el derecho. Y al contrario en la despedida; entra primero el derecho y a continuación el izquierdo. Otra vez el contacto del coche, giro la dirección y oriento mi camino hacia un nuevo destino.

Esta vez mi vuelta al coche no fue protocolaria. Sentado mirando hacia el exterior, los dos pies apoyados en el asfalto ardiendo y las manos tapando las lágrimas de mi rostro. Te habías marchado en Mayo muy deprisa. Nadie pudo reaccionar a tiempo para salvarte. Deprisa, como tus palabras encadenaban una frase, rápido como la confianza que depositaste en mí, y veloz como el cariño que te tenía. Te desvivías por tus hijos y en ellos quedará siempre su gratitud hacia ti.


Cuando tienes tiempo de reflexionar, te das cuenta lo mucho que vale la vida y lo poco que cuesta parar un instante para recapacitar. Si no siempre estaremos con un pie dentro y otro fuera.


Dedicado a B.L.G.