jueves, 24 de julio de 2008

Las brujas de Güich

Las brujas de Güich

Entre dos montañas enormes y escarpadas, siempre amenazado por nubes negras cargadas de lluvia, y sufridora de tormentas aciagas y eternas, se situaba la aldea de Güich de los Entrecejos. El tercer día de Noviembre, celebraban su fiesta patronal, adorando a San Huberto, patrón de los cazadores. Era una fiesta amarga, año tras año, ese día sucedían hechos extraordinarios, que asustaban a sus habitantes. Este año de 1996, no iba a ser distinto, y a las 8 en punto de la mañana, salían en procesión hasta la Picota de la pequeña plaza municipal, donde se reunían para recibir tan desgraciada noticia. El alumbrador, el visionario, el iluminado, como todos le llamaban, era Pedro Medario, un joven pastor, que golpeado con una piedra en la cabeza (por eso le conocían como “El Pedrolo”) cuando cazaba perdices diez años atrás, quedó trastornado para siempre, y sin embargo, poseía es don intuitivo de presagiar la desgracia de cada día 3 de Noviembre. Mudo, y cojo, faz sonrosada por el sol, y una imbécil y eterna sonrisa, apartó la cortinilla que colgaba de su portal y salió arrastrando su pierna izquierda por los adoquines mojados, muy despacio miraba hacia ambos lados, para regocijarse en el protagonismo que disfrutaba ese único día. Llevaba en la boca amarrado un papel, que colocaría metros más adelante en el tablón de madera destinado a la publicación de los bandos. Con torpeza y dos chinchetas, colgó su bando en la tabla, y huyó despavorido hacia su casa. El escrito decía lo siguiente:

Bondadosos y amables vecinos de este honroso pueblo.Tras dormir una buena siesta, he
Recibido de la divina providencia y nuestro adorado Huberto
Un aviso para los hombres lascivos y adúlteros que conviven en esta aldea, ya que serán
Jodidos de por vida por barrer fuera de su casa el polvo que guardan en la suya.
Así es que se recomienda a la prudencia (no la tía de la Encarna) y resguardo para no
Salir en esta noche a partir de las 21.00 hrs. Mucha suerte. El Pedrolo

Las 20.30 en Güich de los Entrecejos. Las mujeres y los niños en su casa, los hombres en el bar – Tabernáculo. Miradas nerviosas a sus relojes de pulsera, apurando el penúltimo trago de orujo, siempre el penúltimo. El parte acaba de comenzar; José María Carrascal tiene un brillo especial en los ojos, que asusta a sus televidentes. Inmóviles, comienzan a sentir los golpes como de varas de aceitunas, en los ventanucos de aquella enorme bodega. Aterrados hacen piña, para escapar por la puerta, se atropellan y se pisan, se insultan y lloran, gritan y rezan, se orinan y defecan. La puerta no se abre, pero si la ventanas, para que comiencen a entrar una tras otra hasta siete seres espantosos con cuerpo de mujer, sobrevolando sus cabezas en escobas fálicas de un metro de largo. Lencería fina y negra, uñas largas y afiladas para estas brujas de la venganza femenina, que fueron colocando sin piedad, y dejando a todos desnudos en fila de cara a la pared. La única bruja que llevaba faja, pronunciaba en alto el nombre cada uno, y José María Carrascal emitía el vídeo del adulterio del susodicho. A continuación gritaba “Romero, Romero, que salga lo malo y entre lo bueno”, les introducía la escoba brutalmente por el ano, y de una patada les mandaba a la calle. Uno a uno, así hasta 12, huían espatarrados, cada uno por una calle diferente como si tuvieran un petardo en el culo. Encima de una nube, las siete brujas cantaban al unísono: “Brujería, brujería, que tan dentro la tenías….”.


Cesítar, 24 de julio de 2008

viernes, 20 de junio de 2008

Despedida

A través del cristal, veo reflejado el sol en una lágrima, deslizándose hacia tus labios. Significa que me quieres, te duele mi ausencia, y este viaje sin retorno es el fin de un breve e intenso amor. El tren avanza despacio, y me apresuro a grabar en mi mente el color de tus ojos; cierro los míos y aún siento el calor de tu cuerpo entregado a mi pasión. Los vuelvo a abrir. Este viaje me devuelve otra vez a ti. Tu imagen, reflejada en el cristal, me permite saborear la tristeza de tu lágrima en mi boca.

II Certamen Relatos Cortos Renfe-Madrid 2008

jueves, 5 de junio de 2008

El tren se marcha ya¡¡¡

No se si estoy en la estación adecuada, si este tren pasará más veces. Se ha parado frente a mí, y me está invitando a subir; sus letreros iluminados con colores llamativos me hacen fijar la mirada sin pestañear. Doy el primer paso mirando al frente, y alguien posa su mano en mi hombro derecho preguntándome ¿dónde vas? Piensa lo que dejas atrás, lo que nunca volverás a disfrutar, de los momentos inolvidables de cada día. Mientras pienso y revuelvo ideas de un futuro prometedor, el silbido del tren anuncia su marcha en un minuto; intento avanzar con un segundo paso y la segunda mano ya está en mi hombro izquierdo haciendo retroceder mis pies y girando 180 grados las ideas iniciales. Giro mi cabeza, y me dices “te quiero”. Me besas mientras mi flequillo se alborota gracias al rebufo del aire que deja el tren al marcharse.

domingo, 25 de mayo de 2008

La magia

La magia


Mi relación con Ernesto era invisible y clandestina para el mundo, solamente existía la intimidad de un piso alquilado y compartido por dos personas más. He de decir que él era feo y simpático, estilo Juan Tamariz, su magia conseguía hacerme feliz y transformar a una solterona de 44 años que vivía para trabajar y trabajaba para vivir. Para mi la magia también era importante, salir del portal con el pie derecho, llevar un as escondido en la media, con el que invitaba a mis contrincantes de partida al órdago de seducirme, y algo más…
En los lugares mágicos que frecuentaba conocí a un mago que rompía en pedacitos mi cuerpo, e introducía en una caja metálica. Mi libido apuñalada de afilados cuchillos, nublaba mis ojos despertando mis deseos sexuales hacia él y en alguna otra ocasión sacó de la chistera de mi cuerpo adulto un conejo.
Ernesto fue un artista que no me enamoró, pero que a base de magia, consiguió que levitara en su escenario oscuro, entre cortinas de un paño rojo que me acarician el sexo. Después de cada sesión en mi pequeña habitación, quedaba hipnotizada y en los brazos de Morfeo soñaba con el siguiente espectáculo orgásmico. Me despertaba y sabiendo que ya no estaba a mi lado, quería acariciar las sábanas sobre las que había descansado su cuerpo, y donde flotaban estrellas de colores de una fugaz aparición. Aún sonrío recordando su expresión favorita: “ta-chán”, extendiendo las manos con las palmas hacia arriba después de quitarse la camiseta para mostrar su torso desnudo, a lo que yo siempre respondía “abracadabra” tras dejar caer mi sujetador al suelo, salvo cuando bebíamos que solía decir “yo soy la cabra”. Era mi amuleto cada noche, para no sentirme sola y para hacerme reír, para no esconder mi cara detrás de una capa y seguir el ritual de una rutina solitaria. Nunca acerté en que cubilete estaba el garbanzo, ni fui trilera en el amor, pero el polvo mágico que me dejaba Ernesto, hizo desaparecer este ilusionismo de alquimia que me permitía respirar.

viernes, 9 de mayo de 2008

El andén



Desde donde me encuentro ahora hasta el borde del andén, hay más de cinco filas de gente esperando su destino diario. Entre cientos de cabezas, me encuentro inquieto, en la inmensidad de la nada, alzando mi cuello para buscarte. Cómo cada día, la hora punta desliza personas, en pasarelas mecánicas de un lado a otro, como una hilera de piezas, para encajar en puzzles de sentimientos, en rompecabezas lógicos y puntuales de una rutina diaria.
Son veinte minutos sentado frente a tus ojos azules y tu perfecta boca, esa que hace unos años se unió a la mía. Hablaremos entre estaciones, contadas con los dedos de una mano, y el traqueteo del tren me hará ponerme más nervioso aún; viajaremos juntos en un breve espacio de tiempo, para sonreír y esperar en vano una señal de amor. Me apearé antes que tu, y volveré a estar en la inmensidad de la nada, sólo con mi sueño incumplido.
He quedado en la primera fila del andén después de partir el tren, y he decidido darme una oportunidad esperando al segundo. Mis dedos sudan y me cambio la carpeta de mano. La gente vuelve a bajar y subir, y no diviso tu cazadora marrón; eres la Penélope de mi canción. Subo al tren, en la inmensidad de la nada.

César, 9 de mayo de 2008

martes, 29 de abril de 2008

El marca páginas



Advierto cada línea del texto a través de sus gafas; sus arrugados ojos se mueven despacio hacia mi izquierda hasta que vuelven a caer a otro renglón y vuelta a empezar. Las letras pasan por sus pupilas como créditos de mi película. Humedece su dedo índice lentamente, y mirándome con indiferencia, me agarra con sutileza para prenderme en la siguiente página. Testigo mudo de su imaginación, de muecas y sonrisas efímeras, paso mi vida colgado, de espaldas al mundo que encierra un libro.
Quiero dejarme caer y deslizarme entre la tinta por ese papel rugoso, para adherirme a su viejo suéter de lana, disfrutar de aquellas letras que en su unión forman un todo y dejar de leer sus labios para comenzar a mover los míos. He marcado un sinfín de episodios, ignorando desenlaces, ahora, deseo ser protagonista del mejor escenario, que es la aventura de un libro.
César, 28 de abril de 2008
I concurso de microrrelatos FNAC

domingo, 13 de abril de 2008

La receta

LA RECETA

Como un auténtico matrimonio, y después de estar juntos casi 40 años, Venancio y Luisa discutían a menudo por cualquier cosa. No importaba el motivo o la importancia del asunto; lo importante era discutir por discutir, por quedar uno por encima del otro a la menor ocasión posible. Aquella tarde se avecinaba tormenta en casa de los Fernández, ya que la madre de Venancio, con la excusa de quedarse a solas en casa para ver la final de “La ruleta de la fortuna”, le dijo a su hijo medio llorando que se había quedado sin su medicina, gelocatil para ser exacto, y el resto del día y la noche sería un infierno para ella sin aquella “milagrosa” pastillita. Para Venancio, los deseos de Consuelo, su madre, eran prácticamente órdenes ejecutadas al instante, así que Luisa no tuvo más remedio que acompañar a éste al Centro de Salud, a pesar de ser ya las 8 y media de la tarde.

- Pero ¿Qué sucede ahora Venancio? – le preguntó el Doctor con voz sosegada. Estamos a punto de cerrar, y te presentas aquí para que te recete Gelocatil ¿no me lo puedo creer?
- Ya sabe usted como es mi madre de pesada – argumentó Venancio cargando las culpas a la anciana.
- ¡Anda que eso no se lo dices a la cara, sinvergüenza! Le regañó su mujer Pero si eres tu el que tiene toda la culpa, como siempre, ¡ no te digo el tío¡ - Venga, no vamos a discutir por esta tontería. Yo os hago la receta y marcharos a toda prisa, pues las farmacias estarán a punto de cerrar.
- Gracias Doctor, a sus pies, no se cómo agradecérselo de nuevo – dijo Venancio mientras recogía la receta con la mano derecha y recibía un tremendo cogotazo con el bolso de Luisa - ¡no seas pelota, cretino!, espetó ella con un gesto de autoridad. Buenas noches Doctor, se despidió Luisa mientras el médico cerraba la puerta meneando la cabeza de un lado a otro con incredulidad.
¿Y ahora a buscar una farmacia de guardia, no Venancio? No, si lo tuyo y lo de tu madre no tiene nombre. No se si me casé contigo o con ella. ¡Dios mío! ¡Que cruz me cayó contigo! Por una mierda de receta que no necesita… Luisa se quejaba con amargura pero con razón. Aguantaba carros y carretas tras la muerte accidental de suegro en la bañera, y el traslado de la abuela a la casa de su hijo, ¡para siempre! Consuelo sabía mejor que nadie manejar la imbecilidad de Venancio, y vivir a cuerpo de rey sin mover un dedo. Tenía una salud de hierro y sólo paraba en casa para comer, cenar y dormir.

La farmacia abierta más cercana estaba a unos diez kilómetros de la urbanización, con lo que a toda velocidad se inició la atropellada persecución de la receta, en el viejo coche destartalado comprado de segunda mano. Luisa odiaba el coche, a sabiendas de que Venancio conducía como un burro ebrio de sangría, pero para él la prisa apremiaba, y apurando la cuarta y última velocidad del automóvil, se colocó a 135 Km. /hora.

- A que nos matamos, por la bruja de tu madre. ¿Quieres ir más despacio? Joder, con la receta… El, pegado al volante, sudando y nervioso, apretaba el acelerador con desmesura, y no fue capaz de ver que una patrulla de la Guardia Civil, le hacía indicaciones para detenerse en el arcén. Tuvieron que adelantarlo, no fue difícil, para obligarle a parar a un lado. Se acercó el agente y con un saludo seco de “buenas noches”, les invitó a presentarle el permiso de conducir y el carné. Después de dos minutos largos examinando la documentación, le extendió la multa por exceso de velocidad. No tardó Luisa mucho tiempo en hacer uso de su sarcasmo e ironía para aquella ocasión: - Hala, aquí tienes la receta, la conseguiste. Y no se preocupe, agente, que ya se la paga su madre

César, 12 de abril de 2008

sábado, 29 de marzo de 2008

El éxito

El éxito

Normalmente a las 8 ya está en su laboratorio. Después de una larga noche de tos y fiebre, Laura ha dormido menos que ninguno de su casa cuidando de su bebé. Ha cogido el coche y ha llegado en apenas cinco minutos a la empresa, tiempo suficiente para ir repasando en su mente cada hora de este nuevo día, conociendo con antelación cada detalle de esta larga jornada. Sus pensamientos se adelantan al presente, y alcanzan un peldaño más para tener todo previsto. Metódica, intenta aparcar siempre en el mismo sitio; ojos grandes y hermosos pero cansados, a la vista de todos feliz y risueña, tímida y sencilla. No le faltan los buenos días para nadie, es ejemplar y ante todo educada. Revisa su agenda, posible regalo de un amigo, sentada en su silla giratoria, se detiene para revisar el correo electrónico. Trabajo, trabajo, trabajo, amigos, chorradas, videos, pero no le faltan los saludos para la gente que quiere. Envía su primer correo, y comienza el trabajo, pero no deja de pensar en ellos; sus hijos, sus amigos, sus compañeros, su profesor, su madre, su padre. Ella no es lo primero, y busca el éxito en no defraudar a los demás. Te regala su orden, y comparte con todos su desorden. No se da cuenta y no es consciente que su éxito está logrado a base de eso, de ser excepcional.

Ha almorzado entre compañeros y tras el despertar de un café, la intensidad de su valor la desplazan a un mundo imaginario que le gustaría probar. La rutina y su inquietud no la permiten estar rígida en un mundo mediatizado y maquinado para ellos. Ha aprovechado su genial arte, en todos los sentidos, para cautivar amigos lejanos a los que esta morena de raza no ha pasado desapercibida. Seria pero divertida, madura pero locuela, Laura, es como todo artista; para unos repudiada y envidiada, para otros, en cambio, un espejo en el que mirarse. Tiene que lidiar su trabajo diario con estos odios, pero no se resiste a ser pisada, a que tiren su labor por el suelo, por eso ha derramado lágrimas solitarias de rabia y decepción y se ha vuelto a levantar con la cabeza alta.

De vuelta a casa, sueña con luces de barquitos, con alcanzar sus metas, con demostrar que es alguien más de lo que se ve por fuera. Limpia la cocina con garbo y rapidez, para preparar su clase de esta tarde en la universidad después de recoger a sus hijos en la guardería. Su predisposición al estudio y a atravesar barreras, de nuevo le traen problemas y se derrumba una vez más sobre su propia cama, a espaldas de su marido; está luchando sola contra el mundo y aún le quedan fuerzas para escribir su siguiente pensamiento, plasmado entre ahogos en papel mojado y buscando el éxito y el reconocimiento que realmente tiene. Ya ha dormido a sus hijos, y permanece en comunicación con el exterior, recibiendo y asimilando información, aprendiendo de todo lo que le rodea, y vuelve a añorar su mundo imaginario. Vuelve a soñar despierta, colgada de ese sentimiento interno que la tiene en vilo. Está triunfando por donde va pisando, y ella aún no se ha dado cuenta.

Dedicado a todas las mujeres trabajadoras.

César, 29 de marzo de 2008

sábado, 15 de marzo de 2008

Ande yo caliente, ríase la gente


Ande yo caliente, ríase la gente

2 de agosto. Madrid, las 5 en punto de la tarde, hora de toros pero aquí se lidiaba otra cosa más importante: mi futuro. Camisa impecable y blanca adornada por una corbata azul cielo brillante y cubierto por un chaleco azul y gris. Un traje gris marengo comprado en la misma Puerta del Sol y zapatos a estrenar rígidos como un iceberg. El termómetro no se hasta donde podría llegar, no tenía ninguno alrededor, pero la sensación térmica de mi cuerpo, y las gotas de sudor que resbalaban por mi frente hacían indicar alrededor de cuarenta grados en esa apacible plaza. Nuestra cita se fijó a las cinco y media, pero ese día no iba a ser menos para ser tan puntual como siempre y ya me sobraba tiempo. Sin nervios, tranquilo y sangre fría, observo alrededor; mucha gente conocida se acerca, me saluda y se aleja, me sonríen, me besan y se alejan.

Es sábado, comienza la operación salida y no hay dudas de que se nota en Madrid, sin embargo me siento arropado entre el calor humano y el del rey Lorenzo que mes castiga desde lo alto. Me vuelvo a despegar con disimulo el calzoncillo de la entrepierna, y me seco la frente con el pañuelo que guardo en mi camisa. Vaya día hemos elegido para firmar este contrato, debe ser el más caluroso en muchos años. Mi piel blanca sufre, y me refugio en el soportal sombrío que tengo a la espalda. Cómo siga dándome el sol voy a terminar con la cara roja como un guiri en Benidorm. Me empiezan a sudar los pies y la corbata me ahoga. La gente me ve sufrir y los comentarios me martillean uno tras otro: “vaya día que habéis elegido”, “si es que no son horas”, “y en el mes de agosto, no me jodas”. Intento bucear en el frescor de un sueño y sonrío falsamente. El murmullo de los invitados presagia la llegada de la novia. Increíble la ovación, se lo merece.

Son las cinco y veinte y ella llega puntual. La ayudan a bajarse del Volvo azul oscuro y destaca su traje blanco como nieve. Sus ojos miel, felices, se dirigen a mi figura, estática y ardiente, para reflejar en mi una mirada nerviosa que presagiaba este final. Me di la vuelta, de la mano de mi madre, guapísima, y caminando hacia el altar. Familiares, amigos, conocidos, otros no tanto, acomodados en lo ya clásicos bancos de madera me observaban mientras yo divagaba en mis pensamientos. Estoy pasando mucho calor, lo sé, pero soy feliz y me caso con la mujer que amo. Las altas temperaturas continuaron ese día hasta el amanecer.


César, 15 de Marzo de 2008

sábado, 8 de marzo de 2008

EL JUEGO

Jugando con fuego

Un martes más. Luis hace caja como cada martes y jueves. Está a mi derecha ligeramente escorado hacia atrás. Su cajonera está a su derecha, justo debajo de esa enorme y antigua impresora. El ordenador de frente y la mesa llena de papeles para aparentar un ajetreado día. Miro de reojo, con miedo, como si fuera yo el que estuviera guardándome esos billetes en mi bolsillo, receloso de que se abra la puerta del despacho de la izquierda y le pillen in fraganti. Vuelvo a mi ordenador y compruebo que el último albarán de contado ha sido anulado, ¡no existe! ¡Pero si lo acabo de cobrar¡ he recogido el dinero en el mostrador y se lo he entregado a Luis para que me diera las vueltas del cliente; 450 euros que han volado y mis manos están manchadas. Basta una sola mirada a Manolo, y un gesto como diciendo “otra vez”, para que los dos salgamos a la calle a comentar la jugada.
- Estamos jugando con fuego, Manolo. Hay que decirlo antes de que sea tarde. Nos van a involucrar a todos. Hablé con autoridad para imponer mi criterio
- Yo paso, que se maten entre ellos. Para eso son familia – me respondió Manolo.
Volví a la oficina resignado, y preguntándome como era capaz alguien de quitarle el dinero a su propio tío. Francisco era un hombre sesentón, pelo cano y bigote, ceño fruncido, temido por los empleados y querido por los clientes. Siempre llevaba hasta las últimas consecuencias la frase célebre “el cliente siempre tiene razón”, y si a ti te pillaba por medio, te acordabas de ese día durante una semana. Se me ponía la carne de gallina de pensar en que ese día llegaría y nos pondrían a los tres contra el paredón. A base de silencios y discusiones, la escena se repetía cada martes y jueves, a lo que se unió la compra de un coche lujoso, anillos caros y regalos cada día para su novia. El juego estaba clarísimo, pero sólo debía haber un perdedor. O por lo menos eso pensaba yo.
Un mes después, evidentemente, el stock del ordenador no cuadraba. Aparecía material que en almacén ya no teníamos, y la empresa informática que nos respaldaba comprobó que había más de cincuenta albaranes de contado anulados. ¡Dios mío¡ ¿de qué cantidad de dinero estaríamos hablando? Comenzaron los interrogatorios de horas y horas. Manolo, Luis y yo, frente a Francisco. Silencio, nadie sabía nada, pero todos lo sabíamos. Nadie dio su brazo a torcer me sentí tan ofendido por la acusación de ladrón, que comencé la investigación por mis propios medios. Me tuve que reunir a las 9 de la noche con un cliente, y convencerle para que me dejara copias de una factura falsa que Luis le había pasado por fax, ya que tras anular su albarán, no podría realizar la original. ¡ La tenía ¡ El documento que termina el juego, que me da como vencedor, lo plantaría mañana a primera hora en la mesa de Francisco, y así fue. Su primera reacción tras quedarse un minuto largo en silencio, fue golpear la mesa estrepitosamente con su puño, y decirme: ¿Cómo has sido capaz de involucrar a un cliente en esto? Desde luego, esa reacción que pretendía “darle la vuelta a la tortilla” a pesar de la evidencia, me hizo pensar en abandonar la empresa. Pasé los peores 15 días de mi vida de idas y venidas a su despacho, intentándome convencer para que me quedara; jefe de oficina, doble sueldo, entrar más tarde y unos beneficios que nos lo tiene ni su propio hijo. Evidentemente, no acepté. Pero si le recriminé toda la falta de derechos que existían en la empresa para los trabajadores, los salarios míseros, la extensa jornada, la ausencia de fiestas patronales y la falta de cojones para echar a su sobrino.
El último suspiro en la empresa fue un momento de gloria en mi vida. Lluvia de confeti se deslizaba entre mi ropa y mi pelo, los abrazos y llantos de compañeros encogían mi alma, pero debía marcharme. Fue Francisco el último en darme la mano diciendo: “Te vas por la puerta grande, hijo de puta. Nadie se ha ido de mi empresa con esta despedida. Tu ganas el juego, los días patronales pasan a llamarse días César, pero mi sobrino sigue trabajando conmigo”.

César, 7 de marzo de 2008

lunes, 18 de febrero de 2008

Sálvame de la soledad

Sálvame de la soledad

Te has cruzado con mi cuerpo,
y me has mirado a los ojos
y te he dicho desde dentro
que de ti todo son antojos.

Estoy solo en este mundo
y en ti quiero la paz,
no quiero quedarme mudo
sálvame de la soledad.

Soñando contigo despierto
paso las noches en vela
creando una imagen divina
hice el amor con las telas,
las telas de mis sábanas blancas
que fueron amantes de noches,
de noches frías y solas
con lágrimas para el derroche.

Sin el zumbido del viento
que crean dos cuerpos unidos
no seré más que un muerto
si no te vienes conmigo.

Quiero que me salves
que me recojan tus brazos
y nunca tú me abandones
a la soledad que me atrajo.

Desnudo de ropa y de amor
tirado, preso de la ignorancia,
con un profundo dolor
por aquel recuerdo de infancia.

Me destrozaron la vida
que ahora quiero recuperar
me está sangrando la herida,
si no puedes amar.

César

miércoles, 23 de enero de 2008

Mi hermano (La muerte)

Mi hermano


La muerte de mi hermano, me llegó de sorpresa estando yo en Holanda por temas de trabajo. Una rápida llamada de mi madre me comunicó la noticia. En 5 horas estaba allí plantado, en el tanatorio. Ni una sola lágrima recorría mi mejilla, ni un solo gesto de dolor o rabia; tenía delante de mi a mi hermano mayor, pero lo notaba como a un extraño, como si no hubiera convivido con él durante 25 años. Nacimos a la par del mismo vientre, compartimos todo, pero sin hablar apenas, sin decirle lo que yo sentía, lo que me apetecía ser….tan cerca y tan lejos. Entre pensamientos fijos debajo de mis gafas de sol, sentí la mano temblorosa de mi madre que me agarrraba con fuerza y a pesar de su llanto, no logró conmoverme. Unas palabras de ella me indicaron que la acompañara a una sala de estar contigua. Allí destapó de una pequeña caja de zapatos un pequeño cuaderno, en el que se podía leer en su pasta: “Mi diario. Angel”.

Me lo ofreció mi madre, diciéndome que era uno de los objetos que poseía mi hermano y que quiso darme en su último suspiro. Me senté en aquel cómodo sofá para comenzar a leer. Fue entonces, cuando nada más morir mi hermano, empecé a quererle, a adorarle, a llorar por no haberle ofrecido ser mi hermano, a sentirme un pobre miserable y egoísta. Frases como “mi hermano tiene un gran corazón, tenemos que comprender que él tiene mucho trabajo”, “hoy se ha graduado él y yo suspendí pero estoy muy contento porque me ha abrazado, parece que me quiere”…. Uno tras otro, cada párrafo del diario iba dedicado a mí, todo eran palabras buena y de agradecimiento. Mi sensación de angustia me hizo comenzar a llorar por la muerte de mi hermano, mi único hermano, la persona que más me había querido en este mundo y que ahora se había marchado sin poder decírmelo a la cara, por mi culpa.


César, 23 de enero de 2008

lunes, 21 de enero de 2008

El cuaderno de Anelei

Anelei se despertó sobresaltada. Eran las 5 de la mañana del miércoles, y tan temprano una sola obsesión recorría su cabeza; encontrar de cualquier manera el cuaderno de inglés de su hijo que le exigían para comenzar las clases. Adam era un niño muy prudente y aplicado, pero los escasos medios familiares hacían muy difícil la labor de un buen estudiante. Todas las mañanas ayudaba a su madre a vender fruta en el puesto ambulante del mercadillo; cada día un barrio, y si a la vuelta de trabajar le quedaba cerca el colegio, acudía cansado y fatigado, sin asear y sin material, pero con más ilusión que todos los que allí habían llegado puntuales. Para Adam, escuchar cada clase, cada nueva palabra de la profesora Eva, era un nuevo ingreso de conocimiento que masticaba hasta estrujar en su pequeña cabecita.
Anelei había coincidido alguna vez con Eva, y esta última conocía la delicada situación en la que se encontraban, por eso, en la medida de lo posible ofrecía a veces su hogar para intentar que el niño avanzara un poco más en sus estudios. Pero todo lo demás corría de parte del esfuerzo de Anelei; sabía del escaso interés de Adam por continuar trabajando en la calle y labrarse un futuro digno, y soñaba con la misma ilusión que su hijo, viéndole graduado en la Universidad. Su marido estaba entre rejas por intentar asesinarla y por consumarlo con su hijo mayor; sólo le quedaba Adam, sólo se tenían ellos dos.
Necesi taba ese libro para que Adam pudiera examinarse, de lo contrario el primer trimestre habría sido en balde. No tenía para pagar un libro nuevo, por eso acudió a la calle Libreros para adquirirlo a buen precio, pero eso si de segunda mano. La vida era dura para ella, nunca había tenido suerte y esa mañana salió a buscarla para él. Con las mismas zapatillas raídas y la bata con la que durmió anoche, Anelei regresó a su pequeño hogar prefabricado de láminas de chapa, con el tesoro entre sus manos cobijándolo de la lluvia. Adam repasaba su preciado libro de matemáticas, mientras mordisqueaba una galleta; era un auténtico rabo de lagartija, con los ojos muy abiertos pero con la expresión hundida, víctima del sufrimiento. Anelei entró en la casa, y ofreció el cuaderno al niño, que lo estrujó en su pecho como si en ello le fuera la vida. Su madre tenía el corazón fuera del pecho de alegría, aunque no podía demostrárselo con palabras, ya que era sordomuda de nacimiento. No dejó Adam ni un instante el libro cerrado sobre la mesa, para comenzar a devorarlo con ansiedad. Nada más comenzar, puso los brazos sobre la mesa y bajo la cabeza hasta dar con esta, y comenzar a llorar con tristeza. Se levantó corriendo a abrazar a su madre qué no entendía su desolación. Abrazados, y él con la cabeza en el hombro de Anelei sin parar de llorar y susurrando: “el libro está escrito”. No le valía un libro usado, ya que era para completar en él los ejercicios, y sentía un profundo dolor, pero no quiso que su madre se diera cuenta y simuló el llanto como si fuera de alegría. Sabía el esfuerzo titánico de su madre por ayudarle. Pero de aquella cabecita, no paraban de salir las palabras: “está escrito”

Cabecita loca

Cuando sea mayor, quiero ser como tú. Quiero tener la fuerza para aprender, quiero tener tu don para imaginar, deseo tener tu ambición para conocer. Desarrollas tu vida enfocada hacia los demás, siempre tienes ese minuto que anhelamos de ti, ese pequeño espacio de tiempo que inspiramos como oxígenos para respirar.
Magnífica fue mi suerte al contemplar a través de tus ojos, la verdadera fuerza de una mujer, la búsqueda de la libertad reflejada fielmente en una cabecita loca. A veces me gustaría tocarte y sentirte cerca de mí, como si de un amor se tratara, pero con otro punto de vista… Un aspecto que has despertado en mí, ese que tanto se habla ahora como amistad, el que todo hombre desea tener, que es la amistad de una mujer.
Nuestras vidas paralelas con secretos y verdades han coincidido en un punto en el cual ambos nos necesitamos. Son puntos para apoyarse, apoyos para llorar, lágrimas para emocionar, emociones para sentir, sentimientos para archivar, archivos para recordar, recuerdos del corazón, verdades por escribir y escritos para plasmar.
Has perdido tu vergüenza para mostrarme tus ojos y has levantado la cabeza para mirarme yo en ellos. Nunca me sentí tan cerca que en aquel preciso instante, puede ser banal, pero a mi me resultó maravilloso. Y cada mañana te acuerdas, como lo hago yo de ti, con esos flashes virtuales de nuestro yo paralelo. Es una ilusión distinta, que se refleja en nuestra vida, un impulso de continuidad para tener los pies en el suelo.
Ahora, sentado en este autobús, entre el contacto de la gente, tu has sido mi musa. Que mejor escenario, que mi Madrid de siempre, para dedicarte estas líneas que sin duda bien mereces

Mi historia del Cine

La primera vez que tuve conocimiento de lo que era el Cine, era yo muy joven, más o menos unos 7 años supongo. Para entonces creía que las bicicletas se paseaban con su luz delantera encendida por los pasillos de la sala y de vez en cuando enfocaban directamente a la cara de algún espectador. Ya me explicó mi padre que aquella luz entre la oscuridad no era más que la linterna del acomodador de turno, que por cierto en la actualidad en muchos cines brillan por su ausencia. Creo que la primera película que presencié fue E.T., el Extraterrestre, y salí eufórico y entusiasmado como si fuera yo el que hubiera paseado en bici tan cerca de la Luna. Esa era mi relación con el cine para entonces; Cine equivalía a ilusión, a magia, a palomitas con refresco, a paseo por Madrid, a montar en autobús, a aquel aroma tan típico a butaca de cine, pero sobre todo a soñar. Era auténtico.
Más adelante y en plena pubertad, la transcendencia de ir al cine fue creciendo. Quién no ha ido allí con su primer amor, invitado o pagando, a sentir ese enorme poder de atracción de la gran pantalla y conquistar a la mujer o el hombre de tus sueños. Después de una inocente merienda llegaba una espera impaciente en una larga cola, la mayoría de parejas, que leían con silenciosa voz los grandes carteles que anunciaban las dos proyecciones del día. Porque, seguro que recordáis, que no hace mucho tiempo la sesión era doble, otro encanto que ahora hemos perdido. Una mano en el hombro, quizás si hay suerte en la rodilla o permanecer las dos manos entrelazadas hasta que el sudor de ambas nos hiciera separarlas con una sonrisa forzada. Aquella mirada angelical en medio del film, sin cruzar palabra y de nuevo a seguir pensando en el amor sin prestar demasiada atención al argumento… Una escasa paga semanal, pero bien merecía la pena gastarla allí, vaya si lo merecía, porque con un poco de suerte y percha que tenía uno, la chica entraba a formar parte de tu vida amorosa después de aquella frase mítica: “¿Quieres salir conmigo?” jaja, ¡que tiempos¡ ahora ya no hace falta ir al cine ni tampoco hacer esa pregunta.
Ahora, tengo 33 años y Cine lo relaciono más con sentarme en el sofá, con descargarme una película de Internet o con palabras que usamos para significados totalmente distintos. Podemos escuchar “esta chica es de cine”, “vete al cine, chaval”, “esto es un alu-cine”, “el cine en casa”. Pero yo me quedaría con una frase sellada por Federico Fellini que dice: “El negocio del cine es macabro, grotesco: es una mezcla de partido de fútbol y de burdel”, ya que ahora interesa la taquilla, lo que cobra un actor o una actriz de renombre, los escarceos entre ellos, los premios Oscar, los premios Goya, etc., pero no interesa el premio al espectador, la fidelidad recompensada por ejemplo en unos precios moderados. Y encima nos achuchan con el canon digital, para que queremos más.
Me gusta mucho el Cine, pero ahora mismo no me gusta ir al Cine; esperaré sentado en mi sofá, con palomitas de microondas, y con un CD regrabable a encontrar de nuevo algún encanto a este maravilloso arte, el séptimo dicen, que por cierto y es pura casualidad nació tal día como hoy, 28 de Diciembre de 1893 en París. ¡ Vaya inocentada!

Un día cualquiera

No deja de llover tras el mirador del salón. Sentado, frente a él y con todo el tiempo del mundo intento contar los coches que atraviesan la calzada. Enseguida siento que hoy hay más ajetreo de lo normal, la gente está nerviosa y hay más luces de las habituales en las terrazas del edificio colindante. No es sólo la lluvia la que altera este día. Hay un gran atasco de coches, multitud de paraguas como champiñones gigantes cruzan apresurados el paso de cebra, para no perder el autobús, que se detiene para que los champiñones se cierren y desaparezcan; todo vuelve a quedarse vacío hasta el siguiente autobús.
Todo sucede como un bucle repetitivo, a la vez que el teléfono en casa no deja de sonar, los mensajes de móviles bombardean mi cabeza, y la entrada y salida a la casa de gente extraña no cesa durante horas. Pero yo, prefiero mirar hacia la ventana, como un día cualquiera, como todos los días. Ajeno al interior y en mi profunda tristeza, no puedo hacer más que asimilar cada momento que sucede, el instante en el que estoy, no miró hacia atrás ni pienso en un futuro. Hundido en mi sillón y con mi bata de cuadros azules, me siento un mueble más a espaldas de la gente, apartado de sensaciones y emotividades, sin sentimientos ni ilusiones, atrapado en una vida que ya no deseo, que no es la que soñé y que quiero perder de vista. Me duermo, como un día cualquiera, mi cabeza hacia un lado pero mi cerebro hacia el otro. Me despierto, me duermo, me despierto, me duermo; otra pescadilla que se muerde la cola, otra interminable espiral en la que me encierro a cada momento. Me orino, me cambian; defeco, me cambian. Lloro y nadie limpia mis lágrimas, nadie me pregunta porqué lloro, qué siento, qué pienso, qué quiero o qué echo de menos.
Tengo mucha hambre y apenas puedo comer. Hoy la cocina está repleta de viandas y mi hija no ha salido de allí en toda la tarde. Mi sentido del olfato aún está vivo y me hace sentir aquel olor transformado en alimento dentro de mi boca, pero nadie me mueve del sillón….permanezco inmóvil y la saliva se desplaza lentamente hacia mi mentón, tengo hambre y frío, y lloro de nuevo al encogerse mi corazón. Siento alegría porque me voy, me acaban de llamar y no precisamente para cenar, sino para marcharme y descansar, y vuelvo llorar como un día cualquiera.
Mi hija sale por primera vez de la cocina, e intenta levantar mi peso muerto…-Venga Papá, a cenar, que es Nochebuena-, y ella llora conmigo…

El terror más profundo

Cuando sales de casa para ir a la calle a jugar y tienes 16 años, la verdad es que te dan miedo pocas cosas, sólo quieres comerte el mundo, ser el más guay, ligar más que nadie y llegar lo más tarde posible a casa. Pero lo problemas empiezan a aparecer al salir por el portal; ahí está Lola tonteando con Fernando más pegajosos que una lapa, con lo que tengo que entretenerme rápido para desviar mi atención y pensar en jugar un partidillo de fútbol con los de la calle de al lado. Sin más retraso y nada más comenzar, recibes un pelotazo en todos los cataplines que te deja sin sentido y con un dolor que no sería capaz de adormecer ni la gloriosa Lola. Coño, ha vuelto a mi mente ella, pero si me importa un bledo, concéntrate en recuperar tus testículos y poner toda la carne en el asador, nunca mejor dicho, para enchufar algún gol que me saque a hombros de aquel patatal. Sin embargo, en vez de salir a hombros, salgo derrotado en dos sentidos, de cansancio y por perder contra tu peor enemigo.
Nos cobijamos en el juego del rescate para dar emoción a la tarde, pero lo que ocurre es que mis amigos me han de rescatar de las manos de los gitanos, que me habían llevado a los trigales para después bajarme los pantalones y…., no penséis mal, restregar mi culito por todas aquellos cardos borriqueros de los cuales me estuve acordando durante una semana. ¿Qué haría yo si Lola me pellizcara en el culo? Claro que aún no se había fijado en mí, como para tocarme el trasero, ¡qué iluso! Por favor, quiero apartarla de mis pensamientos pero no puedo, es mi obsesión. Al regresar a nuestra calle, que era nuestro hogar de media tarde, decidimos jugar a churro, media manga, manga entera y para más sufrimiento me toca de nuevo ponerme debajo, con lo que al notar el primer jinete en mi espalda, recuerdo que mis nalgas irritadas producen con el roce del calzoncillo y el peso de ¡LOLA! un dolor insoportable que me hace tragar el sonoro grito que quería lanzar. Dios mío, que placer, la tengo encima de mi y sueño con darnos la vuelta e intercambiar posiciones, pero el fétido olor de un sonoro pedo de mi compañero de delante, me hace despertar rápidamente y sacar la cabeza de entre las piernas de ese cerdo asqueroso, y encima aguantar las risas y mofas de aquellos que dicen ser mis amigos. ¡Jo! Y encima me he puesto todo colorado delante de ella, con lo cuál me he vuelto capicúa, ya que tengo la cara como el culo de roja.
Joder, vaya tarde, hay días que es mejor no salir de casa, no se qué más me puede ocurrir, pero para evitar esto decido subirme antes de tiempo a casa. Me daré una ducha y mojaré mis penas. Ya en la ducha, me unto mi malherido culito con medio bote de Nivea, me embadurno la cabeza con ese asqueroso champú anticaspa, y decido ahora si, pensar en Lola pero a solas entre ella y yo, en la ducha y sin nadie de por medio. Cierro los ojos, y con mis manos empiezo a despertar a mi escondido pene – es duro recibir un pelotazo ahí – y sin más dilación comienza la masturbación. Ella está aquí conmigo, bajo el agua calentita, con sus nalgas entre mis piernas, ummm, y la cremita me ayuda al juego íntimo que deseaba culminar. En ese profundo éxtasis de adolescente que parecía por lo menos acabar con un mal día, no pude ni percatarme que mi madre había entrado en el baño para coger la fregona, que siempre guardaba en la bañera, y que tras correr la cortina pudo contemplar aquella escalofriante imagen de mi mismo. Mi pelo lleno de champú, mi trasero lacado de un blanco cremoso y mi mano derecha enganchada a mi pene como a un clavo ardiendo. Aquel día nos miramos a los ojos, madre e hijo, una mirada fija y penetrante de mi madre, que aún sigo considerando el terror más profundo.

La última vez

A petición popular de los 3 chicos de la oficina, serías la nueva administrativa que ocuparía la plaza vacante en la sección de metales. Por fin una mujer en la empresa, seríamos veinte contra una, pero vaya una. A simple vista y de un primer vistazo, teníamos un cuerpo sinuoso, curvas bien marcadas y feminidad reflejada en sus gestos y su voz. Un bomboncito que no pasaba desapercibida a los ojos de nadie, pero los que nos derretíamos como chocolate éramos nosotros, aunque sabíamos disimularlo bien cuando estábamos junto a ella.
Mi costumbre de llegar pronto cada mañana, me hacía disfrutar a solas con ella unos minutos, en los que yo no solía abrir la boca, ya que de los labios de Silvia brotaban todo tipo de sucesos y pensamientos que había vivido la tarde anterior. Con estas conversaciones, simpatía y buen hacer en su trabajo, se fue ganando la confianza de superiores, clientes y todos los compañeros, llegando incluso a olvidar en muchos de los momentos lo buena que estaba. La oficina, e incluso, yo diría que toda la empresa había cambiado de cara, y se respiraba otro ambiente de compañerismo. Pero claro, no todo podía ser así, como en un cuento, siempre existe el malo, el ogro o el monstruo. Después de varias palmaditas en la espalda, halagos y buenas palabras, llega el día en que de repente desapareces de mi lado; un aviso de mi compañero David, me hace girar la cabeza a mi derecha y detrás de esa fea tabla de contrachapado, no encuentro su bello rostro. –Lleva un buen rato en el despacho del jefe-, me indicó David. Un escalofrío recorre mis brazos para llegar a hacer temblar mis rodillas y nuestras miradas unidas a la de Mario , su compañero de metales, se quedan fijas, en la nada, ausentes de vida, como si algo nefasto estuviera a punto de suceder. Sólo hubo que esperar un rato para conocer el desenlace. –Podéis pasar a mi despacho para despediros de ella-, nos anunció una voz seria y falsamente triste. Entré el primero, y no pude reprimir mis lágrimas al ver las tuyas, reconfortándonos en un placentero pero amargo abrazo. Pudimos escucharte después de desahogarte, como explicabas que el motivo del despido era la disminución en tu rendimiento. Es decir, la habían despedido por ser mujer, por haber superado todas las trabas, por haberse acoplado bien al ritmo de trabajo, por ser guapa y a la vez inteligente, por cogerse unos días para ir a Montmelló, y por hacernos reír a todos cada día.

Esa fue la última vez que la vi llorar (también la primera), pero afortunadamente la sigo viendo a menudo, y su forma de ser no ha cambiado; allá donde trabaja se expresa de forma natural tal y como es ella, no cambia, guste o no sigue siendo Silvia. Aquella que siempre grita “frío”, que come kikos en la oficina, que viene de empalme sin dormir y sobrevive un día completo con una coca-cola, que me miraba y ya sabía lo que estaba pensando, que bromeaba y era víctima de bromas, que adoraba a Valentino Rossi, en fin, una persona normal con un gran corazón y que una gran parte aún nos pertenece.
Una canción india me ayudó a despedirte, y aún suena en mi teléfono esa triste y a la vez alegre melodía, pero no quiero volverte a ver llorar. Espero que sea la última vez.

El nuevo disjockey

Son las 5 de la tarde del miércoles. Día hora fijada para mi debut como discjockey. Estoy nervioso y porto una bolsa llena de CD’s que había estado recopilando durante toda la tarde ayer en casa de mis padres; a saber, boleros, pasodobles, tangos, chachachá, salsa, jotas, y otros bailes adecuados para esta ocasión. El no querer hacer la mili, me ha traído a este centro social de la tercera edad para ejercer de pinchadiscos los miércoles y viernes de cada semana. Allí estaban todos ellos, expectantes, sentados alrededor de la sala en sillas metálicas adosadas a la pared, creando un círculo que yo debía atravesar por primera vez. Murmullos, sonrisas, miradas de examen físico me perseguían hasta mi pequeño rincón. Una silla igual que todas las demás, un excelente equipo de música con un micrófono y una amplia caja de cartón con más de 50 discos, aparte de los míos.
Antes de sacar mi elaborada lista manual con lo que tenía que pinchar en cada momento, ya tenía enfrente de mí a Pascual, un señor de unos 70 años, piel arrugada y una cara de mala leche que asustaba. – Hola pardillo – me dijo sin pestañear, - ya estás poniendo canciones para que baile yo bien agarrado a la Luisa, ¿me entiendes? De esos de restregar la cebolleta – acompañando esta frase con un gesto elocuente que me decía que quería pasarlo bien. Miré atónito mi papel doblado, y observé que la primera de la lista era “España Cañí ”, por lo que tuve que hacer un pequeño cambio de última hora para acoplar el tango “a media luz”. El primer día transcurrió así, con sobresaltos, abucheos, algún aplauso pero muchas críticas ,“que malo eres” –me decían.
Mi gusto por la música y las ganas de agradar a todas esas personas, que sólo vivían pensando en el día del baile, me hizo crecerme en mi entusiasmo y comprender muchas cosas de la tercera edad, que antes no me había parado a pensar. Día a día, este centro marginado y a punto de cerrarse por falta de socios, fue experimentando una gran afluencia de público, sobre todo los días del baile. Aparcaba mi coche al otro lado de la entrada, y observaba esas largas colas para entrar, que daban la vuelta a la manzana . ¡Era increíble! Caminaba a trompicones para lograr pasar al recinto, ya que entre besos y apretones de manos, e intensas muestras de cariño que si viera mi novia se podría poner muy celosa… Antes de empezar aquel viernes, el director del centro me felicita por mi labor, y crea en mí un ambiente de euforia que me insta a usar el micrófono animando aún más si cabe la fiesta. ¡Vamos abuelosssss! ¿Quién está aquí para vosotros? “Céeeeeeeeeesar ”, un grito unánime coreaba mi nombre cada tarde. Era una especie de fama creada en un grupo reducido de personas, que simplemente hacía feliz durante 3 horas. Es una sensación de paz conmigo mismo que jamás volveré a sentir; yo ayudaba y me sentía querido, hice llorar y me hicieron llorar, provoqué la risa y me hicieron sonreír. Una chocolatada, un concurso de disfraces y mi participación en la cabalgata de Reyes de Carabanchel, completaban mi ciclo de objetor, y mi labor social. Sólo restaba el último baile, que entre lágrimas pude despedir con mi entrecortada voz al grito de “Maestro, maestro”. Inolvidable.

El tamaño importa

Este viejo sobrado me trae recuerdos entrañables de mi familia y de mi infancia. Me gusta acariciar cada objeto y pararme unos segundos a revivir escenas del pasado en aquél mismo lugar, sin antes limpiar el polvo mohíno que les cubre. Hemos venido en la furgoneta del trabajo de Héctor al pueblo de mi abuela, para transportar todo a nuestro nuevo piso y empezar a acomodarnos muy prontito. Las mujeres somos así, no tenemos apenas muebles pero nos gusta llenar todo de cacharritos, aunque sea por tenerlo en el trastero, pero eso sí, a tan solo unos pisos hacia abajo a golpe de ascensor. Yo sermoneaba a Héctor, que parecía aburrido mirando por la pequeña ventana que daba al pico Grao.
-Héctor, tienes la misma cara que las vacas, cuando les pasa el tren por delante.
-Cómo quieres que esté, aquí no hay más que cosas viejas inservibles y huele a boñiga de oveja., replicó él.
Mira, le dije, toda esta vajilla, estos marcos de fotos, la bicicleta rosa, el palanganero blanco y el cabecero de la cama, lo he heredado de mi abuela. Nos lo llevaremos en la furgoneta para irlo acoplando poco a poco, ¿Qué te parece? El odiaba todo lo que yo mencionaba respecto a mi abuela, ya que fueron serios enemigos, después de haberla pisado el juanete en el baile del año pasado. Además, el que yo repitiera constantemente la palabra “herencia” le descomponía, porque a decir verdad, no sabía hablar de otra cosa. Que si la herencia de mi tía, la herencia de mi abuela, la herencia de no se quién, como me decía él con rabia. Y además, su familia, muy pobre no tenía nada que ofrecer.
-¿Porqué no nos quedamos a dormir aquí, Marta? --uy no contesté, con el frío que hace en Soria por las noches, quita ,quita. Yo sabía por donde venían los tiros, porque después de 6 años de noviazgo, no le había dejado entrever ni siquiera un pecho, yo he sido muy puritana para todo esto. Recuerdo la primera y última vez que me tocó el culo, la patada en la espinilla que se llevó. Y hasta hace bien poco repudiaba los besos con lengua, con eso digo todo.
Pero, yo misma me sorprendo, porque tengo mis propias fantasías con Héctor, y algún día tendremos que llevarlas a cabo, digo yo, si él no se cansa de esperar.
- Podemos pasar una noche mágica, dijo acercándose despacio hasta mí. Al fin y al cabo en unos meses estaremos juntos en nuestro pisito, ¿para que esperar? Según daba un pasito hacia delante, yo lo daba hacia atrás, y así hasta completar el ancho del sobrado, hasta tropezar con el viejo arcón de mi abuelo y dejarme sentada en él, quedando justo mi rostro asustado enfrente de su paquete. Tras un minuto eterno en silencio, en el que mis instintos más profundos emergían a través del latido del corazón, mi garganta se secó y con los ojos cerrados comencé a bajarle el horrible pantalón de chándal que se ponía cada sábado. Cuando mis manos llegaron a sus tobillos, volví a subir mis manos hacia arriba para encontrar sus calzoncillos, y repetir la misma operación. Justo cuando mi cabeza llegaba arriba, y después de humedecer mi lengua sin que él lo notara, mi nariz tropezó con su miembro erecto, lo que me hizo abrir los ojos y encontrarme de frente con un miembro de unos 25 centímetros apuntando directo a mi boca.
Pero Dios mío, ¿Qué esto? Exclamé. A continuación el pronunció las palabras que hicieron que nuestra relación terminara por completo en ese mismo instante.
- Es la herencia de mi padre – se mofó Héctor.

Te busqué

Estás pisando el mismo suelo que yo, la misma ciudad, respiras el mismo aire, y divisas a lo lejos el mismo horizonte que yo. Es emocionante saber que estás aquí, has venido a Madrid para pasar unos pocos días de tus merecidas vacaciones, y tenemos casi el cien por cien de posibilidades de no cruzarnos en esta inmensa mezcla de culturas. No hemos pactado un cruce de miradas, un roce cuerpo a cuerpo, ni un pequeño encuentro inesperado de un viejo amigo, nada que pudiera levantar una sospecha innecesaria a estas alturas de nuestros matrimonios. No has venido sola y eso nos hace ser aún más cautos.

Tengo todo de ti y realmente no tengo nada, me falta tu abrazo, tu cercanía, tu mano y tú beso. Tengo tu voz, tu amistad, tus palabras y tengo tu fotografía. Todas estas cualidades me han hecho salir a la calle a buscarte, a la desesperada, a intentar ese cruce no pactado, a sentir la presencia de mi alma gemela. Recorro las calles principales y los comercios y lugares más reclamados por turistas. Giro mi vista, a izquierda y a derechas, observo parejas, y a escondidas vuelvo a grabar tu fotografía en mi mente, antes de volver a dejarla en el bolsillo de mi camisa. Es una locura, lo se, pero necesito sentir más allá de tu presencia, saber que eres real, saber que tus ojos me miran conociendo exactamente lo que estás pensando, y que sepas que te he buscado sin descanso. Debajo de los soportales, tras el reflejo de los escaparates, abriendo una puerta, subiendo a un autobús, tomando un café, comprando libros, escuchando música en la calle, fotografiándote en una plaza,….pero no hay respuesta, y enloquezco en mi interior por provocar yo mismo esta rabia que se convierte en decepción. Me resisto a abandonar pensando a cuántos metros de distancia está esa ráfaga de aire de tu isla, que ha venido a oxigenar mis ilusiones, grito en silencio tu nombre y no hay respuesta, mi oído escucha voces y ninguna es la tuya; de nuevo me he quedado a solas con tu fotografía y he perdido el rumbo de esta, al fin y al cabo, maravillosa tarde.

He perdido esta primera oportunidad y pienso si habrá alguna otra muy pronto. ¡Seguro¡-pienso-, pero será más concreta. Tiritando de frío, y tomando el camino de vuelta, dos turistas me preguntan si la Puerta del Sol queda cerca de aquí: Sí, debe estar muy cerca, pero llevo ya más de dos horas buscándola.

Las alas de un gorrión

He acudido volando a mi cita diaria contigo. Esquivando nubes y edificios de ladrillos rojos y blancos pienso en llegar hasta ti y contemplarte como cada tarde, muy cerquita del mar. Me he posado en tu ventana, y has corrido tus cortinas blancas, no se si para dejarme verte o para buscar tu inspiración en una mirada perdida. Me gusta observarte; escribes directamente en tu ordenador y a veces descansas para mirarme y sonríes. La habitación ordenada y una mujer con mucha clase, equilibrio perfecto. Pero sonríes forzada. Me escribes a mí, le escribes al mundo, desarrollas tu interior de esa forma, para contar que no eres del todo feliz, que estás atrapada en un mundo que no te pertenece y necesitas escapar, dar el salto que te permita ser tú.
Vol é hacia ti hace aproximadamente 120 días por primera vez desde 400 kilómetros y he agradecido tu fidelidad a mí, visitándote cada día desde el alfeizar de tu ventana. Mis buenos días o tus buenas tardes me hacen conocer ya cada movimiento tuyo, cada gesto, cada palabra, cada aspecto de tu vida que me relatas todos los días. Me has ofrecido tus manos, y podría comer en ellas, pero prefiero que sigan escribiendo, que narren como tú sabes el pasado, presente y futuro de cada instante elegido. Quiero que escuches tu corazón, el es el único que sabrá guiarte. Mírame a mí, sólo soy un gorrión, despreciable para muchos de vosotros, pero admirado y envidiado, porque puedo volar allá donde quiera, nadie me impone fechas en un calendario, y no tengo normas estrictas más allá de las que marca mi especie. Eso sí, mi esperanza de vida, es la mitad de la edad que tu tienes, todo un mundo por delante por descubrir. Aprovecha esa gran ventaja, y vuela, no con tu imaginación, sino con las alas de un gorrión. Dame la mano y salta.

El vidrio

Ya comienzan a rugir mis tripas y son las 12 de la mañana; aún 2 horas de trabajo y nada que echarme a la boca. Si ya lo dicen en la tele: “Actimelízate ”, pero es que a mi me da vergüenza tener un botecito ridículo en la mesa de mi oficina. A falta de vitaminas que evaporen mi sueño, salgo un rato a la puerta de la calle a fumarme un cigarro, y disfruto de cinco minutos de asueto y de alguna mirada furtiva al trasero de las chavalas que a esta hora salen de la Universidad. Que placer, me da el sol en la cara y oigo el teléfono dale que dale en el interior, “Que lo coja Rafa, para eso le pagan más”. No tengo más tiempo de evadirme en divagaciones inútiles, ya que un tirón de la manga de la camisa me hace girar el cuello bruscamente, haciendo caer mi cigarrillo y creando un gran agujero negro en el pantalón. Verás cuando lo vea mi madre, recién planchados y ya sucios y rotos.
“¿Qué quieres Rafa?” – No ves qué estoy fumando-, le dije, como si fumar en el trabajo fuera algo que diera todo el derecho a ser intocable. “Te llama tu madre por teléfono” ¡Qué rabia¡, aparte de jorobarme mi ratito de gloria, me dolió más que me llamara mi madre al trabajo, ya que aún recuerdo cuando me acompañó el primer mes completo, día a día, al instituto para mofa de todos los compañeros, ya vaya que si lo sufrí el resto del curso. Seguro que quiere que la compre el pan de camino a casa, cuando tiene la panadería enfrente justo del portal… ni que yo pudiera entretenerme, con el sueño que tengo hoy no perdono la siesta. Piso el cigarrillo con un gesto de incredulidad, y vuelvo a entrar en la oficina negando con la cabeza, para que todo el mundo se diera cuenta que no me gustaba que me llamara mi madre. Cojo el teléfono caído sobre mi mesa: “¿Dígame? ” – como si no supiera quien llama, no te digo. Al otro lado, mi madre apenas puede hablar entre sollozos y quejidos lastimosos. – Haber, tranquilízate mamá y dime que es lo que quieres. – Tienes que venir rápido a casa, niño- Me he tropezado con la alfombra mientras pasaba la aspiradora, y he golpeado con mi cabeza el vidrio que está encima del mueble del salón; se ha caído y se ha roto encima de mi. Creo que tengo algún hueso roto y me he cortado. No me puedo mover del suelo. – Vale, mamá, no te muevas que voy para allá –. La cristalera que había en ese mueble era enorme y podría atravesar a un elefante como si de un pincho moruno se tratara, y así imaginaba yo a mi madre en aquel momento. Perdí en aquel momento toda vergüenza ante la emergente situación y dejé con la palabra en la boca a Rafa, que pretendía saber lo ocurrido, aunque yo ya estaba corriendo calle abajo hacia la parada del autobús. Mientras esperaba en la parada, sin parar de girar nervioso sobre mi mismo, realicé 4 llamadas por el móvil; a una ambulancia, a la policía, a los bomberos y al hospital más cercano para que tuvieran un quirófano preparado (en este último me colgaron directamente y me tomaron por loco).
Con todas las voces que iba dando, había creado a mí alrededor un corrillo de gente que se iban contando entre ellos lo que yo había relatado en mis llamadas telefónicas. Tuve que soportar todo ese murmullo en los 25 minutos de agobiante trayecto en bus, ya que se había montado más gente de la que cogía esa línea para ver el desenlace de la situación. Unos decían que mi hermana se había intentado suicidar clavándose un vidrio en el pecho, otros insinuaban que mi novia había atravesado el vidrio de la terraza y se había precipitado al vacío, en fin, una sarta de disparates que aceleraban más mi nerviosismo. Me apeé con el autobús en marcha nada más abrirse las puertas centrales, a las que yo había permanecido pegado como una calcomanía todo el viaje, y flipé en colores al ver la que se había montado a lo largo de los 9 portales que recorrían mi calle. Todos los servicios que yo había solicitado ya se encontraban allí y en un rápido vistazo no divisé ningún furgón funerario, lo que me dio aún más alas para saltar el cordón policial gritando “Soy su hijooo, ¡ mamá ¡“Tras subir los dos pisos en diez segundos, y pasar por encima de la puerta tirada por los bomberos, mi sorpresa fue mayúscula al observar que el vidrio del mueble estaba intacto. Mi madre descansaba en el sofá con una pierna vendada encima de la mesa, y en el suelo y bajo la atónita mirada de unas quince personas que ocupaban el salón, allí estaba hecho añicos, el último regalo de cumpleaños de mi madre para que grabara las telenovelas, cuando tenía partida de cartas. “Hijo, lo siento mucho, he roto el vidrio”.

El regalo del tiempo

Tus grandes manos mesaban mi cabello rubio aquella tarde fría de noviembre, en la que decidiste valientemente cortarme el pelo. Me sentaba en una pequeña banqueta dura e incómoda, pero el placer de tus caricias en mi cabeza hacían que adormeciera sin que tú lo apreciaras. Imaginaba lo que ocurría en aquel momento a mis espaldas; tus pechos firmes de juventud rozaban mi camiseta por su dorso liso, y tú sensual boca me decía con parsimonia – Te quiero, mi rubito –. Yo, enamorado hasta los huesos de aquella niña imagen clavada de Inés Sastre, me sentía incapaz de despedirme esa noche de ella; no era normal el placer que había sentido al sentir sus manos sobre mi, y aquellas palabras que me insinuaban al oído…por favor – no me quiero ir-.
Llegué a casa de mis padres con las ideas muy claras y despejadas sobre todo, para enfrentarme al día siguiente a una nueva jornada de trabajo en el centro de salud, atendiendo detrás de un mostrador a aquellos “ricos déspotas”, como les llamaba yo. Yo no pegaba entre aquella gente de postín, criado en Carabanchel y trabajando para una lujosa urbanización de la Sierra de Madrid. En fin, todos esos pensamientos eran lo de menos en mi cabeza inquieta, ya que Rocío ocupaba la mayor parte de mis ociosos “vahídos”. Las 9 tardan en llegar, pero en una hora me planto en su portal, para estar abrazado a ella aunque sólo sea un minuto.
Allí estaba yo puntual como cada noche, esperando de pie plantón, lloviera o nevara a mi Rocío (¡ay mi Rocío!). Se enciende la luz de la escalera, ya baja, estoy acelerado y me muerdo las uñas como un poseso. Pero toda esa magia se rompe, se hunde y se quiebra cuando me recibe con un ligero beso en la mejilla, dejando mis labios a un lado perplejos de sorpresa. Se dispuso a hablar, llorando y nerviosa la última frase que de sus lindos labios he oído pronunciar, - César, anoche salí y estuve con David-. No hizo falta comentario, pues este chico estaba al acecho detrás suya y ella nunca le había hecho ascos. Me dí media vuelta sin pensarlo, para coger el autobús hacia casa de mis padres. – Lo notarán seguro - , - no puedo disimularlo-. Habían sido 3 años de amor, rotos en un instante y eso duele, uf ¡ que si duele y aún más con cuernos de por medio.

Entré directo en el baño, ya que ese pequeño piso me ofrecía la ventaja de pasar directamente allí, sin pasar al salón. Me encierro en el baño, y me siento en la taza, como si tuviera yo ganas de mear ahora. Pero por algún lado tengo que derramar mi rabia y lógicamente rompo a llorar como un niño, me tiro por el suelo (con los pantalones bajados), pataleo y doy un puntapié a la puerta –que más tarde me costaría para mas INRI, una severa bofetada de mi padre-. Así que, roto de angustia y dolorido en mi mejilla derecha, me tumbo en mi cama sin abrir boca, y sigo llorando hasta la mañana siguiente.

Ella tuvo que ser, mi madre, la primera que hablara conmigo. Sólo me dijo una frase, una contundente frase: “hijo, esa mujer no era para ti. El mejor regalo que ha podido hacerte es olvidarse de ti”. Hoy, después de 10 años, he abierto la cajita de tus recuerdos, Rocío, y te lo agradezco enormemente.

Un rayo de esperanza

He atravesado esa fina capa de lluvia que separa lo actual de la nostalgia, y te he visto empapada de amor a los 25 años; esa edad inolvidable donde cualquier detalle es un mundo y donde tu me abrazaste para siempre, protegiéndonos mutuamente cual paraguas en la tormenta interior que ambos sufríamos. Desde ese momento hasta hoy, en el cumples 33 años, has vivido cruzando continuamente el hilo de lluvia entre el pasado y el presente. Siempre te ha gustado recordar, a través de fotos, vídeos y recuerdos, la película de tu vida; un derroche de sentimentalismo que muchas veces no se acoplaban a mi forma de ser. Has derramado lágrimas por mí, reclamando ese romanticismo que antaño poseía y el vacío de mi respuesta ha nublado tu alegría por momentos, pero la fuerza de tus palabras como un trueno ensordecedor me ha hecho reaccionar para no perderte.

Intento asomarme a tu ventana para saber que el olor a tierra mojada traerá la lluvia, quiero acercarme a ti cada momento para que sepas lo que siento y no entorpecer tu felicidad. Necesito esparcir mis palabras sobre el papel en un cuidadoso orden, para que sueñes despierta y sepas que todo vuelve a ser lo mismo. Sabes que es difícil para mi, pero yo se que hace ocho años te pude conquistar gracias a mis cartas y mis palabras, y quiero pensar que no un fue un relámpago fugaz en la lejanía sino un rayo de esperanza que aún poseo. Quiero atravesar esa cortina de agua que aún nos separa, cógeme de la mano y crucémosla juntos. Quiero percibir el rocío de ese amor que sentíamos bajo la humedad de las gotas de lluvia, quiero correr contigo y volver a escuchar mi corazón latir tan fuerte cómo aquel primero de junio.
No creo que sea tan difícil, porque al fin y al cabo tampoco ha llovido tanto desde entonces

Lágrimas de soledad

Han llegado las 10 de la noche y estoy agotado. Hoy no he parado y mis doloridos pies me han llevado hasta la calle Preciados; multitud de comercios, avalanchas de gente, parejas de la mano, ecos lejanos de música antigua, alboroto y multitud. Yo, sólo como cada día busco mi propia dicha sin tener compañía, sin compartir un abrazo y sin recibir un beso. Estamos en Junio, hace calor y llega la fecha exacta en que pienso en ti.

¿Te acuerdas Erika, de aquel amor? Ese que consumamos por primera vez en la hierba mojada de un rincón escondido del Retiro. Llovía a mares, lo que te hacía más sensual todavía destacando el contorno de tus labios redondeados. Tu figura esta vez no imaginaria se asomaba a través de tu camiseta empapada, de donde brotaban tus emergentes senos y esa cintura provocadora. Ese profundo olor se me ha quedado grabado y aún lo siento cuando inspiro hacia dentro. Nos conocimos en Mayo en aquel garito de Carabanchel, en el que, para acceder a la pista de baile, había que subir unas estrechas escaleras; y fue justo en aquel instante que te vi subir, te deseé pensando que esas piernas debían ser mías. Al ritmo de Chayanne primero y Elvis Crespo después te fui conquistando hasta arrinconarnos contra la pared del baño para comenzar nuestro particular cortejo.

He llegado a la Gran Vía, y me queda un tramo enorme hacía arriba para alcanzar el número 43, lugar dónde terminaba mi camino por hoy. Descanso en un banco de metal, dónde dejo caer mi pesado saco de plástico repleto de ropa y enseres. Cada vez menos gente pasea por esta gran ciudad, como hormigas con su labor diaria cumplida, vuelven a casa y se recogen uno a uno refugiándose en escaleras que conducen al metro o en pequeñas marquesinas de autobús marrones que cobijan más personas por metro cuadrado que algún país europeo. Me voy quedando sólo, como cada noche. Ya siento la primeras lágrimas brotar por mi sucia mejilla, lágrimas de soledad que reflejan mi odio hacia a aquellos que destrozaron nuestras vidas aquella maldita noche en el Retiro. Tú perdiste la honra delante de mis propias narices y yo perdí la libertad durante estos quince años que he malvivido en la cárcel. Pero aún doy gracias a Dios de poderme zafar de aquel tipo, quitarle la pistola con la que apuntaba mi pecho, y reventarle a tiros. Era demasiado tarde, porque tú yacías en el suelo malherida, llorando y gritando que te querías morir, pero el ansia de matar se aferró a mí de tal forma que me sentía imparable, soberbio de odio por ti. Fue aquella noche la última vez que te vi, te alejabas a cada segundo según avanzaba el coche de Policía que me condujo a comisaría.

Tras levantarme del banco, crujiendo mis huesos sobre todo en las rodillas, apoyé mi saco en el hombro y continué mi pesado caminar. A estas horas ya no era el mismo, la poca gente que recorría las calles huía de mi lado o incluso cruzaba al otro lado de la acera. La poca ropa limpia que me quedaba esa semana estaba en mi saco, aguardando tu idílica visita en la que conocería a mi hijo. Lloro con más fuerza, cuando por fin sólo, en el número 43 de la Gran Vía descanso en el suelo de aquel desangelado cajero automático. Ya tumbado sobre los cartones que transportaba vuelvo a gritar tu nombre una y mil veces, desgarrando totalmente mi garganta. No he comido nada desde la una, pero no me falta el trago de Whisky que fluye en mi cuerpo para calmar mis lágrimas. Hoy vuelvo a dormir sin ti.

La tormenta

Hoy no dormiré contigo; quizás porque no soy yo. Yo le he culpado a la lluvia de cruzarse en el camino de este día negro de Octubre, sin aviso han llegado esas gotas agoreras que presagian la tormenta, que chocan contra el asfalto para formar ese manto en el que todos caminamos. Llovía sin cesar, y he podido ver sobre las piedras el reflejo de tu llanto, tus sollozos y tus voces en mitad del diluvio. No te he querido gritar, aunque admito que esta agua ha alterado mi tranquilidad, y no he podido ejercer el control de ese impulso tan humano, que es la desesperación. Estoy solo, tú te has ido, no me has querido mirar. Hubiera sido mejor lanzar una pequeña piedra contra el muro más alto, que no lastimar a quien más quieres. Lo sé. La piedra se haría cien pedazos, pero tu corazón estaría intacto y no me guardaría rencor.
Maldita lluvia de otoño, me ha hecho perder la paciencia y una noche que no regresará. Hoy no estaremos juntos aunque estemos casi pegados, no cruzaremos palabras ni sonreiremos por nada; sólo pensaré en la piedra que no he querido lanzar.

La visita clandestina

Anuncié mi llegada en la recepción con voz temblorosa y entrecortada. Hacía mucho frío ese último día de Febrero. Estaba muy nervioso ya que había engañado a mi madre diciéndola que pasaría la tarde en el cine. Nadie podía verme y elegí un lugar lejano a mi barrio para evitar miradas y rumores vecinales.

La señora que se sentaba detrás del mostrador, sin mirarme ni siquiera a la cara, me indicó que me sentara en la sala de espera y que me llamarían para entrar en la “Puerta 2 ”. Todos mis nervios acumulados se concentraban ahora en una puerta blanca con un pomo de bronce en su lado izquierdo, y con una figura triangular empotrada con un tornillo en la que rezaba el número 2. Era la tercera vez que visitaba una clínica dental, pero en las dos anteriores aún no tenía conocimiento de todo lo que podía significar aquel momento; hoy con 20 años, podía sentir el corazón en la garganta y el titileo nervioso de mi párpado izquierdo, que me hacían sentir una especie de vértigo del que yo debía salir victorioso. El continúo murmullo de las personas que se encontraban allí, se mezclaban con los gritos de dos niños que corrían como diablos alrededor de una gran mesa de cristal repleta de revistas sin ningún orden de colocación. Podía notar mis pulsaciones en lugares antes insólitos de mi cuerpo, como las sienes o mis delgados hombros. Iba a estallar mi cabeza debido a las dos obsesiones que cruzaban por mi mente: la primera era levantarme y cruzar la puerta de la calle a toda velocidad para no volver más, y la segunda esperar oír mi nombre desde aquel pequeño interfono y cruzar la puerta 2. No me dio tiempo a decidir la mejor opción, ya que la puerta 2 se abrió despacio para dejar paso a una señora que se sujetaba una gasa apoyada en su boca. Lo siguiente que pude sentir fue el sonido maquinal de mi nombre que me invitaba a pasar – Daniel García, por favor -; apenas me podía levantar de aquella silla estrecha, ya que mis músculos estaban completamente agarrotados, pero logré caminar lentamente hasta allí y tras cruzar la puerta, una auxiliar de unos cincuenta años se apresuró a cogerme fuerte del brazo para impulsarme hacia dentro y cerrar la puerta.
Me indicó rápidamente que me sentara en aquella especie de nave espacial gris rodeada de extraños brazos robóticos, mientras escuchaba al otro lado del cuarto el sonido metálico de instrumentos manipulados por otra persona. La fuerza vigorosa de la auxiliar hizo que me arañara el cuello al colocarme esa especie de babero gigante que me protege de mis propias babas. Mi quejido tuvo la respuesta que yo esperaba desde hace semanas, ya que sentí sus pasos acercándose hacía el decorado de mis sueños. Me deshice al completo cuando tuve su rostro encima de mí; aquellos ojos negros tan redondos y esa sonrisa tan marcada, finalizada con su estilizada perilla que me hubiera gustado acariciar alargando mi mano hacia arriba.
- No te va a doler nada, no te preocupes ¡ Su voz varonil calmó mi ansiedad, aunque el no sabía que mi anestesia era su presencia, y la suavidad a mi dolor era sentir sus dedos sobre mi barbilla y mis labios. Tenía mi cuerpo todo el vello erizado y la piel de gallina, por aquel primer y ligero contacto entre el Doctor Zamora y yo, lo que llevó a la auxiliar a moderar la temperatura de la calefacción. Eso me llevó a interpretar una ligera sonrisa, ya que no era frío lo que yo sentía, ni mucho menos, sino un calor agradable acompañado de una erección, que aún siento cada vez que recuerdo aquella maravillosa experiencia.
César, 22 de septiembre de 2007

LA ISLA DEL PERFUME

Aquella tarde volví a la playa, la misma de años anteriores. Idéntico olor a alga e inevitable paso a paso entre las redondeadas piedras. Pero había algo sustancialmente diferente esta vez, algo que me atraía hacia el mar y me hacía acariciar cada última gota de las olas, como si fuera algo mío; un sentimiento, una ilusión, un aroma que me pertenecía. Sé que estabas al otro lado del mediterráneo, rodeada de agua sin ser isla, embaucada de aroma sin ser flor. Por eso estabas presente en ese momento, porque jamás me había sentido tan cerca de tu mano excepto en aquel sueño tuyo en que notabas mi calor, te acuerdas? Hoy te devuelvo ese abrazo, ya que de alguna manera me siento en deuda contigo, aunque no te precupes mi niña, porque ese día que anhelamos llegará pronto, y entonces podrás sentir ese perfume que un día me enviaste. No tendrás que destapar el frasco de la esencia, sólo tendrás que acercarte a mí para fundirnos en el abrazo más deseado por mi. Espero hablar contigo muy prontito.

César, 20 de agosto de 2007