miércoles, 13 de mayo de 2009

Habitación 377

Escribo mis últimas palabras desde la cama de un hospital. La pandemia que ha asolado nuestro país, me hizo ingresar aquí el 30 de Marzo. No tengo muchos síntomas de estar enfermo, pero si noto escalofríos que en momentos puntuales recorren mi espalda de arriba abajo hasta llegar al cerebro; ahí se para y mi vista se nubla totalmente. Aparezco rodeado de gente, mucha gente, que me habla y me aconseja. ¿Cómo estás? ¿Cómo va lo tuyo? ¿Sabes algo ya? Es la crónica de una muerte anunciada, el velatorio improvisado en la antesala de la muerte.

He tenido mucha suerte, al fin y al cabo una habitación con vistas. Todas las mañanas al levantarme, de frente veo Elche, majestuosa la basílica de Santa María, que me acompaña con su cúpula azul hasta el mediodía; son sus ojos los que me han guiado cada día. Valencia, un poquito más arriba, dulce y amarga, rival y compañera, será la primera en despedirse. Me levanto, tranquilo, un pie descalzo en el suelo, y abro la pequeña ventana de mi derecha, asoma Barcelona y la Sagrada Familia con la que siempre me he sentido cómodo, espero verte pronto Barcelona. A mi izquierda, detrás de mi mesilla de noche, Albacete, sencilla y fiel, a mi lado en todo el camino, luchando contra molinos de aspas gigantescas. De reojo, he mirado a Murcia, Sevilla y Granada. Paisajes, culturas, voces, dichos, lenguajes, costumbres, palabras, sonrisas, reproches, abrazos y besos, promesas y hechos, canciones, cifras y datos, reflejos y rayos de sol, esperanzas y fracasos, líneas de amistad, figuras de porcelana, falsos adornos de fiesta, luces de neón, sudor y lágrimas, espejos donde mirarse, familia y amigos, imágenes que suben y bajan, en color y blanco y negro, se disuelven en la luz de esta habitación.

Pero sigo encerrado aquí, refugio de la tormenta, que finalmente derribará mi casa. Tras treinta días de eternas divagaciones, mi deseo más ferviente, es ser desconectado de esta máquina, una eutanasia programada que no llega. Ya no puedo respirar, me cuesta mucho andar, me duele mucho la cabeza y me siento cansado, de la cama a la silla y de la silla a la cama, como el anuncio de Ikea. Por las tardes, apatía general y ninguna visita. Mi imagen se desvanece.

La extensión 377 comunica.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Cuando abandonamos algo y sentimos morir, estamos sintiendo que esa unión no podía separarse.
No estamos unidos a nada pero sí estamos unidos al Univeso.

Grande y poderoso él sabe cual es nuestro camino, y a veces se entristece de vernos llorar cuando nada es nuestro.

Sigue tu camino.

Gracias por reflejarme en tus letras y por ser tu amiga. Es todo un placer

Anónimo dijo...

El reflejo del fin de la vida. Cuando sentimos cerca el final los más lindos recuerdos nos acompañan...

Una vez más es un gustazo leerte.

Un beso, Susana