sábado, 7 de enero de 2012

EL NIÑO OCULTO

La mañana del 6 de enero, como todos los años, bajaba a los parques y paseaba por las calles frecuentadas por niños. Me encanta verlos felices ignorantes de toda preocupación y por supuesto de mi presencia. Así como de esas madres jóvenes y maduras que despertaban en mí el deseo de ser querido, de ser amado. A veces me situaba detrás de ellas e inhalaba el perfume de sus dulces cuellos aprovechando mi sigiloso paseo.

Me siento en un banco alejado, todavía húmedo de la helada nocturna, y ocupo un extremo aun sabiendo que no molestaría a nadie. Mi compañero de asiento, disfrutaba de la lectura de un libro, a pesar de rondar los 80 años largos según mis cálculos; me gusta hacerle de rabiar soplando las páginas que devoraba para su frustración. Gruñe mirando al cielo y maldice a la climatología. Me río y me vuelvo a levantar. Mis pasos comienzan a sonar sobre el asfalto, y siento el vaho que emana de mi garganta; algo está empezando a ocurrir extraño este día de Reyes. Los críos me evitaban con su patinete y un timbre de una bicicleta me hizo sentir el roce de ésta con mi gabardina. Pregunto la hora una señorita y me contesta con educación. Mis sospechas se han hecho realidad; comienzo a ser visible veinte años después, justo el día de 1991 en que descubrí a los Reyes Magos en mi salón. “Has roto la magia, Samuel” me dijeron los tres al unísono.

Mi primer pensamiento es coger el coche y conducir hasta la casa de María. Tenía que contarle que sus sueños eróticos acompañados de poluciones nocturnas eran mucho más que una onírica aventura. Tenía que presentarle al padre de su hijo.

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