domingo, 13 de abril de 2008

La receta

LA RECETA

Como un auténtico matrimonio, y después de estar juntos casi 40 años, Venancio y Luisa discutían a menudo por cualquier cosa. No importaba el motivo o la importancia del asunto; lo importante era discutir por discutir, por quedar uno por encima del otro a la menor ocasión posible. Aquella tarde se avecinaba tormenta en casa de los Fernández, ya que la madre de Venancio, con la excusa de quedarse a solas en casa para ver la final de “La ruleta de la fortuna”, le dijo a su hijo medio llorando que se había quedado sin su medicina, gelocatil para ser exacto, y el resto del día y la noche sería un infierno para ella sin aquella “milagrosa” pastillita. Para Venancio, los deseos de Consuelo, su madre, eran prácticamente órdenes ejecutadas al instante, así que Luisa no tuvo más remedio que acompañar a éste al Centro de Salud, a pesar de ser ya las 8 y media de la tarde.

- Pero ¿Qué sucede ahora Venancio? – le preguntó el Doctor con voz sosegada. Estamos a punto de cerrar, y te presentas aquí para que te recete Gelocatil ¿no me lo puedo creer?
- Ya sabe usted como es mi madre de pesada – argumentó Venancio cargando las culpas a la anciana.
- ¡Anda que eso no se lo dices a la cara, sinvergüenza! Le regañó su mujer Pero si eres tu el que tiene toda la culpa, como siempre, ¡ no te digo el tío¡ - Venga, no vamos a discutir por esta tontería. Yo os hago la receta y marcharos a toda prisa, pues las farmacias estarán a punto de cerrar.
- Gracias Doctor, a sus pies, no se cómo agradecérselo de nuevo – dijo Venancio mientras recogía la receta con la mano derecha y recibía un tremendo cogotazo con el bolso de Luisa - ¡no seas pelota, cretino!, espetó ella con un gesto de autoridad. Buenas noches Doctor, se despidió Luisa mientras el médico cerraba la puerta meneando la cabeza de un lado a otro con incredulidad.
¿Y ahora a buscar una farmacia de guardia, no Venancio? No, si lo tuyo y lo de tu madre no tiene nombre. No se si me casé contigo o con ella. ¡Dios mío! ¡Que cruz me cayó contigo! Por una mierda de receta que no necesita… Luisa se quejaba con amargura pero con razón. Aguantaba carros y carretas tras la muerte accidental de suegro en la bañera, y el traslado de la abuela a la casa de su hijo, ¡para siempre! Consuelo sabía mejor que nadie manejar la imbecilidad de Venancio, y vivir a cuerpo de rey sin mover un dedo. Tenía una salud de hierro y sólo paraba en casa para comer, cenar y dormir.

La farmacia abierta más cercana estaba a unos diez kilómetros de la urbanización, con lo que a toda velocidad se inició la atropellada persecución de la receta, en el viejo coche destartalado comprado de segunda mano. Luisa odiaba el coche, a sabiendas de que Venancio conducía como un burro ebrio de sangría, pero para él la prisa apremiaba, y apurando la cuarta y última velocidad del automóvil, se colocó a 135 Km. /hora.

- A que nos matamos, por la bruja de tu madre. ¿Quieres ir más despacio? Joder, con la receta… El, pegado al volante, sudando y nervioso, apretaba el acelerador con desmesura, y no fue capaz de ver que una patrulla de la Guardia Civil, le hacía indicaciones para detenerse en el arcén. Tuvieron que adelantarlo, no fue difícil, para obligarle a parar a un lado. Se acercó el agente y con un saludo seco de “buenas noches”, les invitó a presentarle el permiso de conducir y el carné. Después de dos minutos largos examinando la documentación, le extendió la multa por exceso de velocidad. No tardó Luisa mucho tiempo en hacer uso de su sarcasmo e ironía para aquella ocasión: - Hala, aquí tienes la receta, la conseguiste. Y no se preocupe, agente, que ya se la paga su madre

César, 12 de abril de 2008

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