miércoles, 19 de agosto de 2009

El carrito de la compra

Me apoyo sobre el cierre de la farmacia. Escondido, asomo la cabeza hacia la puerta del mercado. Son las 8 de la tarde y están a punto de cerrar, por eso no debe tardar en salir. Excitado, pienso en sus andares, sus zapatos de tacón repicando en el asfalto y la imagino desnuda a mi merced, y ese golpeo de tacón acompañando el agitado movimiento de cuerpo al penetrarla. Mis fantasías sexuales dejan de sobrevolar mi nido, cuando la veo salir.

Clara es pelirroja, y no muy alta, lo que exagera aún más su pecho exuberante. Camina con gracia hacia el portalón del mercado, y de repente, se para. Mira su reloj y reinicia el paso aún más deprisa. Me escondo un segundo, y después comienzo a seguirla a una distancia prudente de 30 metros. Noto que mi caminar se hace difícil, ya que la erección me restringe el movimiento de piernas con mi pantalón vaquero. Al abrigo de los portales, voy evitando sus miradas y de reojo hacia mi entrepierna creo que mi pene sigue creciendo.

Hemos llegado a su calle entre carreritas y paradas, su carrito lleno a rebosar, hace despertar mi rápida imaginación y recorto la distancia con ella para apresurarme a ofrecerle mi ayuda. Mis nervios me hacen tropezar con el carro, y un calabacín y dos patatas caen al suelo. Nos agachamos deprisa los dos para recogerlo, y nuestras caras se unen en lo más bajo del suelo y de mis instintos sexuales.

-Quería ayudarla a subir el carro, y me tropecé con usted. Me excusé con educación y el olor de su perfume, me hizo imaginar como la mordía el cuello a la vez que la follaba por detrás.
-Muchas gracias, es muy amable. No se preocupe, ya recojo yo el calabacín. Mientras me agradecía la ayuda, vi como sus ojos se clavaban en mi paquete, y pensé que dijo a propósito lo del calabacín.

Un tercer piso sin ascensor me hizo disfrutar de aquellas vistas bajo su falda. Yo asía el carro desde la parte de abajo, y ella tiraba desde arriba. Desde el tobillo hasta la rodilla, y desde la rodilla hasta sus muslos, todo era un paisaje orgásmico. Quizás Indurain pensaba estas cosas, cada puerto que subía, sino no lo entiendo. En el último escalón de cada tramo, cuando estaba más empinado, y digo todo, podía divisar su tanguita escondido entre sus nalgas. Muy pronto estaría yo allí dentro.

-Ya hemos llegado, dijo Clara mientras me ofrecía un pañuelo de papel para limpiarme sudor.
-Muchas gracias, si es usted tan amable de darme un vaso de agua fresca. Vengo empapado, y nunca mejor dicho, pensé.
-Por supuesto, aceptó. Introdujo la llave en la cerradura, y antes de poder abrir la puerta, ésta se abrió y aparecieron dos chiquillos con el uniforme del colegio idéntico.

-Hola Papá, hola Mamá. ¿Que pasa? ¿Qué nos acordáis que los miércoles salimos antes del cole?
Clara y yo nos miramos con cara de desilusión. Una fantasía más echada por la borda.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ummm... Joer, la cruda realidad!!!

Cómo dar rienda suelta a la pasión, fomentar la líbido o recuperarla cuando hay niños de por medio, jajaajaj

Maricarmen dijo...

Que fantastico,Cesitar..yo no me imaginaba algo asi,que estupendo relato...

Amanda Manara dijo...

Muy interesante, sí señor.

Anónimo dijo...

La líbido se aviva día a día con pequeñas muestras de cariño!a veces una mirada y una sonrisa es sólo el preludio una gran pasión