sábado, 25 de mayo de 2013

21 de Junio sin ti

Hoy he vuelto a mi pueblo, no donde yo nací, sino donde viví gran parte de mi vida. Larga y saludable vida. Dura y trabajada. Aquí crie a mis tres hijos, junto con mi marido, trabajando en el campo y manteniendo una posada de un pequeño y frío pueblo de Soria. He querido volver hoy, un día soleado de Mayo, ya que los recuerdos más recientes se agolpan en torno al verano de esta casa. Doy vueltas por el perímetro de mi corral, junto a mi incansable muleta, despacio, impregnada del olor de la hierba húmeda, del aroma de las rosas, del color de las nubes de un cielo despejado, del trinar de los pájaros, de la tranquila soledad. Apoyada en la puerta de la majada, alzo mi vista hacia la fachada trasera de la casa. Me cubro los ojos deslumbrada por el sol. La mano derecha sobre la frente me ayuda a ver lo que siempre me hizo feliz; una larga mesa, un extendido mantel, multitud de platos, vasos, cubiertos, bebida, comida, risas, voces, cánticos, hijos, nietos, bisnietos, “arrimaos”,…. Los grandes momentos de alegría compartida que siempre duraba poco, muy poco. Pero me llenaba y alargaba la vida cada instante. A pesar de no poder ejercer mi reputación de “mandona”, me resignaba contenta a la disposición de los demás. Si fuera posible volver a repetirlo, aunque fuera una vez más. Sé que yo no estaría en mi silla, pero que mejor garita de vigilancia que la que tengo ahora, controlando todo desde arriba. Me tendríais muy presente que yo lo sé, que aunque no era el alma de la fiesta, me “querís” mucho. Rodeada de pensamientos y recuerdo entro en la casa por la puerta del patio, pasando por encima del viejo tronco; ya huelo mi casita, mi planta baja, donde pasaba los últimos veranos, esa tan fresquita que nos cobija del calor. El baño nuevo a la derecha, mi habitación un poco más adelante, para dar paso a la entrada, presentada por el amenazante y viejo bastón de caramelos bajo la escalera. Un vistazo a la cocina, para ver aún notas con mi letra, la pequeña chimenea a la que arrimaban todos los pies en invierno. Rozo con mi mano el viejo mantel de la mesita, y mis palmas se llenan de azúcar para hacer los pestiños que con tanto cariño ofrecía. Me froto las manos con vigor y desaparecen en la pila bajo el ventanuco que vigila el patio. En el pequeño baño anexo, el agua corre con alegría mientras los niños se lavan las manos; aún los veo correr hacia la calle y volver a entrar, sin descanso. Este año, el verano entrará sin mí, no cumpliré años con vosotros, pero siempre permaneceré con vosotros en la planta de arriba, cuidando de todos, como lo habéis hecho conmigo. Despacito abro la gran puerta de madera que da paso a la escalera, con cuidado subo los dos primeros crujientes peldaños, no sin antes echar la vista atrás por última vez. Mis pequeños ojos se cierran, y la puerta queda entreabierta tras de mí. Os quiero a todos. Este texto está dedicado a esa gran persona que yo mismo nombré como "mi abuela" desde 1999, año en que la conocí.

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