sábado, 2 de febrero de 2013

Bajo el Mar de Agosto




Finalizó, acabó para mí el ajetreo. Atrás dejo las voces, los cánticos, los brindis, las palabras de halago y agradecimiento, los regalos, los abrazos,… Doy un beso a mis hijos y a mi marido, y con un “hasta luego” me despido de ellos. Saben que en menos de una hora volveré. Como cada 20 de agosto, abandono mi fiesta y me dirijo a la playa. Es el momento más dulce y excitante que anhelo cada año. Mi vista alcanza ya el paseo, en la zona más tranquila, donde casi no hay gente. Voy bajando las escaleritas de madera que dan acceso a la playa. Mis pies ya se hunden en cada paso. Me siento a escasos metros de la orilla, y rodeo las rodillas con mis brazos en señal de ternura. El día finaliza en unos minutos y al igual que Cenicienta perdió su zapato, me descalzo colocando los míos delante de mí, alineados frente al mar. Cierro los ojos, y echo mi cabeza hacia atrás, apoyando los brazos en la arena; mi cabello queda suelto, me evado de todo, solo existimos tu y yo. Siento que estás cerca, muy cerca, lo intuyo. La brisa marina se abalanza sobre mí y me dedica una caricia furtiva, como un beso robado desde el cielo. El vello se me eriza e instintivamente hundo los pies debajo de la tierra húmeda. Deseo mirarte a los ojos, saber que estás enfrente. Me incorporo poco a poco y abro los ojos. Estás ahí, como en cada cita, cuando te necesito. Tus cautivadores ojos y tu camisa blanca rompen la noche, y despiertan en mi interior sensaciones increíbles, que hacen florecer las primeras lágrimas en mis mejillas.
            Se me atropellan las palabras y con un nudo en la garganta, intento narrarte lo que sentí durante todo un año sin verte. Tú, impasible pero tierna, escuchas atenta y me aconsejas con el único sonido que las olas hacen muriendo a mis pies. Me tiendes la mano ayudándome a levantar; nos acercamos hasta la orilla, y ya con los pies mojados, me abrazas. El agua fría, rodea mis tobillos y tus brazos mi cuerpo. Me uno a ti en cuerpo y alma en este mágico instante, fugaz y eterno. Sueltas mi cuerpo, con delicadeza, acaricias mi rostro y me besas. Retrocedo, paso a paso, sin dejar de mirarte. Estás tan lejos y a la vez tan cerca. No me falles nunca, Luna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Simplemente sensacional. Me he quedado muda. Felicidades.