sábado, 12 de octubre de 2013

Mi Tormenta

Ha comenzado Octubre. La rutina ya está instalada ahí fuera. Mi reloj laboral se paró en Junio y con el mi actividad, mi ilusión, mi quehacer, mi autoestima,…La mirada se pierde tras el cristal, los ojos fijos en nada, en un triste vacío de un tarde de lunes. No oigo a mi marido, pero está hablando por teléfono, ni siento a mi hijo que lee en voz alta. La primera gota que choca en la ventana, rompe y desvía mi atención. Resbala despacio hacia abajo, a la vez que la acompaño con la yema de mi dedo índice desde el otro lado. Me encanta la sensación de estar dirigiendo su destino. Hago su mismo recorrido, sordo desde el interior, estridente desde fuera. La sigo muda en mi pensamiento, y la dejo morir en el alféizar. Una más que aterriza allí, y otra gota y cientos de ellas golpean, alocadas e incesantes, haciendo girar alborotado mi corazón. Ha sonado el despertador de mi impaciencia; maravillada, deslizo la hoja de la corredera y extiendo los brazos con las palmas hacia arriba. Frías gotitas como agujitas, acaban en mi piel acelerando el pulso y levantando una sonrisa de mi estéril gesto. Cierro la ventana, nerviosa y corro por el pasillo hacia mi habitación. Abro el armario, me muerdo una uña, un pantalón corto, una camiseta de tirantes blanca y unos deportivos serán suficientes. Es habitual que salga a hacer deporte, pero no con esta lluvia, al menos eso parecía decir la expresión de mi marido, examinándome de arriba abajo, con un gesto fruncido. Cierro la puerta de casa en silencio, como si no me hubieran visto. Corro escalera abajo como cuando era una chiquilla, y alcanzo el portal con un vertiginoso salto. Avanzo por la acera con paso firme, sin miedo, a contracorriente de los vecinos que buscan refugio de esta tormenta, mi tormenta. Después de unos metros levanto la mirada hacia arriba; mi marido me habla desde la ventana haciendo gestos, pero no le escucho. Mi hijo se ríe, y yo con él. Comienzo a correr, buscando campo abierto, mi respiración se mezcla con el sonido de cada pisada en la arena mojada. Mi cabello, chorrea empapado, desaguando a través de mi coleta. Me excito de mi locura, por un instante soy feliz de mezclar calma con tormenta, de romper mi lanza contra lo establecido, de soñar despierta en este mar de agua que embriaga mi deseo. Recorro metros, quizás un kilómetro, no me detengo. Desato mi furia contra los charcos, aparto las hojas de otoño que se extienden a mi paso, despejo el agua que nubla mi vista. Sí, soy fuerte, puedo resistirlo. Mil voces estallan en mi cabeza, me persiguen y me quieren condenar, pero no son capaces de detener mi veloz compromiso. Extenuada, voy haciendo lenta mi carrera, hasta quedar inmóvil, en cuclillas. Lágrimas mezcladas con agua de lluvia, risa con llanto, desazón con rabia, mezcla de sentimientos en esta etapa de mi vida. La tormenta cesa y con ella mi ansiedad; regreso pausada con suave caminar y precioso anochecer de otoño. Mi entrada en el súper causa estupor al cajero solitario, que no levanta la vista de mi camiseta mojada. -¡Vaya! Cómo está usted…de empapada, - me insinúa. Me acerco despacio a su lado y mientras con una mano le pellizco sus partes y con otra le arrebato una barra de pan, le susurro al oído –no me gusta su voz, caballero-. Salgo con decisión, con mi sonrisa más sarcástica y mirando el pan. Ya tengo excusa para contar en casa.

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