sábado, 8 de marzo de 2008

EL JUEGO

Jugando con fuego

Un martes más. Luis hace caja como cada martes y jueves. Está a mi derecha ligeramente escorado hacia atrás. Su cajonera está a su derecha, justo debajo de esa enorme y antigua impresora. El ordenador de frente y la mesa llena de papeles para aparentar un ajetreado día. Miro de reojo, con miedo, como si fuera yo el que estuviera guardándome esos billetes en mi bolsillo, receloso de que se abra la puerta del despacho de la izquierda y le pillen in fraganti. Vuelvo a mi ordenador y compruebo que el último albarán de contado ha sido anulado, ¡no existe! ¡Pero si lo acabo de cobrar¡ he recogido el dinero en el mostrador y se lo he entregado a Luis para que me diera las vueltas del cliente; 450 euros que han volado y mis manos están manchadas. Basta una sola mirada a Manolo, y un gesto como diciendo “otra vez”, para que los dos salgamos a la calle a comentar la jugada.
- Estamos jugando con fuego, Manolo. Hay que decirlo antes de que sea tarde. Nos van a involucrar a todos. Hablé con autoridad para imponer mi criterio
- Yo paso, que se maten entre ellos. Para eso son familia – me respondió Manolo.
Volví a la oficina resignado, y preguntándome como era capaz alguien de quitarle el dinero a su propio tío. Francisco era un hombre sesentón, pelo cano y bigote, ceño fruncido, temido por los empleados y querido por los clientes. Siempre llevaba hasta las últimas consecuencias la frase célebre “el cliente siempre tiene razón”, y si a ti te pillaba por medio, te acordabas de ese día durante una semana. Se me ponía la carne de gallina de pensar en que ese día llegaría y nos pondrían a los tres contra el paredón. A base de silencios y discusiones, la escena se repetía cada martes y jueves, a lo que se unió la compra de un coche lujoso, anillos caros y regalos cada día para su novia. El juego estaba clarísimo, pero sólo debía haber un perdedor. O por lo menos eso pensaba yo.
Un mes después, evidentemente, el stock del ordenador no cuadraba. Aparecía material que en almacén ya no teníamos, y la empresa informática que nos respaldaba comprobó que había más de cincuenta albaranes de contado anulados. ¡Dios mío¡ ¿de qué cantidad de dinero estaríamos hablando? Comenzaron los interrogatorios de horas y horas. Manolo, Luis y yo, frente a Francisco. Silencio, nadie sabía nada, pero todos lo sabíamos. Nadie dio su brazo a torcer me sentí tan ofendido por la acusación de ladrón, que comencé la investigación por mis propios medios. Me tuve que reunir a las 9 de la noche con un cliente, y convencerle para que me dejara copias de una factura falsa que Luis le había pasado por fax, ya que tras anular su albarán, no podría realizar la original. ¡ La tenía ¡ El documento que termina el juego, que me da como vencedor, lo plantaría mañana a primera hora en la mesa de Francisco, y así fue. Su primera reacción tras quedarse un minuto largo en silencio, fue golpear la mesa estrepitosamente con su puño, y decirme: ¿Cómo has sido capaz de involucrar a un cliente en esto? Desde luego, esa reacción que pretendía “darle la vuelta a la tortilla” a pesar de la evidencia, me hizo pensar en abandonar la empresa. Pasé los peores 15 días de mi vida de idas y venidas a su despacho, intentándome convencer para que me quedara; jefe de oficina, doble sueldo, entrar más tarde y unos beneficios que nos lo tiene ni su propio hijo. Evidentemente, no acepté. Pero si le recriminé toda la falta de derechos que existían en la empresa para los trabajadores, los salarios míseros, la extensa jornada, la ausencia de fiestas patronales y la falta de cojones para echar a su sobrino.
El último suspiro en la empresa fue un momento de gloria en mi vida. Lluvia de confeti se deslizaba entre mi ropa y mi pelo, los abrazos y llantos de compañeros encogían mi alma, pero debía marcharme. Fue Francisco el último en darme la mano diciendo: “Te vas por la puerta grande, hijo de puta. Nadie se ha ido de mi empresa con esta despedida. Tu ganas el juego, los días patronales pasan a llamarse días César, pero mi sobrino sigue trabajando conmigo”.

César, 7 de marzo de 2008

2 comentarios:

Francis Egea dijo...

eres un crack en la sombra, cuñaoooooooooo!
Me gusta la gente que expresa con la pluma sus sentimientos. Eso quiere decir que es inteligente y reflexiva.
Un besito.

Cesítar dijo...

gracias, no es lo mismo escribir siendo un pluma, jajaj.