viernes, 9 de mayo de 2008

El andén



Desde donde me encuentro ahora hasta el borde del andén, hay más de cinco filas de gente esperando su destino diario. Entre cientos de cabezas, me encuentro inquieto, en la inmensidad de la nada, alzando mi cuello para buscarte. Cómo cada día, la hora punta desliza personas, en pasarelas mecánicas de un lado a otro, como una hilera de piezas, para encajar en puzzles de sentimientos, en rompecabezas lógicos y puntuales de una rutina diaria.
Son veinte minutos sentado frente a tus ojos azules y tu perfecta boca, esa que hace unos años se unió a la mía. Hablaremos entre estaciones, contadas con los dedos de una mano, y el traqueteo del tren me hará ponerme más nervioso aún; viajaremos juntos en un breve espacio de tiempo, para sonreír y esperar en vano una señal de amor. Me apearé antes que tu, y volveré a estar en la inmensidad de la nada, sólo con mi sueño incumplido.
He quedado en la primera fila del andén después de partir el tren, y he decidido darme una oportunidad esperando al segundo. Mis dedos sudan y me cambio la carpeta de mano. La gente vuelve a bajar y subir, y no diviso tu cazadora marrón; eres la Penélope de mi canción. Subo al tren, en la inmensidad de la nada.

César, 9 de mayo de 2008

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