domingo, 25 de mayo de 2008

La magia

La magia


Mi relación con Ernesto era invisible y clandestina para el mundo, solamente existía la intimidad de un piso alquilado y compartido por dos personas más. He de decir que él era feo y simpático, estilo Juan Tamariz, su magia conseguía hacerme feliz y transformar a una solterona de 44 años que vivía para trabajar y trabajaba para vivir. Para mi la magia también era importante, salir del portal con el pie derecho, llevar un as escondido en la media, con el que invitaba a mis contrincantes de partida al órdago de seducirme, y algo más…
En los lugares mágicos que frecuentaba conocí a un mago que rompía en pedacitos mi cuerpo, e introducía en una caja metálica. Mi libido apuñalada de afilados cuchillos, nublaba mis ojos despertando mis deseos sexuales hacia él y en alguna otra ocasión sacó de la chistera de mi cuerpo adulto un conejo.
Ernesto fue un artista que no me enamoró, pero que a base de magia, consiguió que levitara en su escenario oscuro, entre cortinas de un paño rojo que me acarician el sexo. Después de cada sesión en mi pequeña habitación, quedaba hipnotizada y en los brazos de Morfeo soñaba con el siguiente espectáculo orgásmico. Me despertaba y sabiendo que ya no estaba a mi lado, quería acariciar las sábanas sobre las que había descansado su cuerpo, y donde flotaban estrellas de colores de una fugaz aparición. Aún sonrío recordando su expresión favorita: “ta-chán”, extendiendo las manos con las palmas hacia arriba después de quitarse la camiseta para mostrar su torso desnudo, a lo que yo siempre respondía “abracadabra” tras dejar caer mi sujetador al suelo, salvo cuando bebíamos que solía decir “yo soy la cabra”. Era mi amuleto cada noche, para no sentirme sola y para hacerme reír, para no esconder mi cara detrás de una capa y seguir el ritual de una rutina solitaria. Nunca acerté en que cubilete estaba el garbanzo, ni fui trilera en el amor, pero el polvo mágico que me dejaba Ernesto, hizo desaparecer este ilusionismo de alquimia que me permitía respirar.

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