lunes, 21 de enero de 2008

El regalo del tiempo

Tus grandes manos mesaban mi cabello rubio aquella tarde fría de noviembre, en la que decidiste valientemente cortarme el pelo. Me sentaba en una pequeña banqueta dura e incómoda, pero el placer de tus caricias en mi cabeza hacían que adormeciera sin que tú lo apreciaras. Imaginaba lo que ocurría en aquel momento a mis espaldas; tus pechos firmes de juventud rozaban mi camiseta por su dorso liso, y tú sensual boca me decía con parsimonia – Te quiero, mi rubito –. Yo, enamorado hasta los huesos de aquella niña imagen clavada de Inés Sastre, me sentía incapaz de despedirme esa noche de ella; no era normal el placer que había sentido al sentir sus manos sobre mi, y aquellas palabras que me insinuaban al oído…por favor – no me quiero ir-.
Llegué a casa de mis padres con las ideas muy claras y despejadas sobre todo, para enfrentarme al día siguiente a una nueva jornada de trabajo en el centro de salud, atendiendo detrás de un mostrador a aquellos “ricos déspotas”, como les llamaba yo. Yo no pegaba entre aquella gente de postín, criado en Carabanchel y trabajando para una lujosa urbanización de la Sierra de Madrid. En fin, todos esos pensamientos eran lo de menos en mi cabeza inquieta, ya que Rocío ocupaba la mayor parte de mis ociosos “vahídos”. Las 9 tardan en llegar, pero en una hora me planto en su portal, para estar abrazado a ella aunque sólo sea un minuto.
Allí estaba yo puntual como cada noche, esperando de pie plantón, lloviera o nevara a mi Rocío (¡ay mi Rocío!). Se enciende la luz de la escalera, ya baja, estoy acelerado y me muerdo las uñas como un poseso. Pero toda esa magia se rompe, se hunde y se quiebra cuando me recibe con un ligero beso en la mejilla, dejando mis labios a un lado perplejos de sorpresa. Se dispuso a hablar, llorando y nerviosa la última frase que de sus lindos labios he oído pronunciar, - César, anoche salí y estuve con David-. No hizo falta comentario, pues este chico estaba al acecho detrás suya y ella nunca le había hecho ascos. Me dí media vuelta sin pensarlo, para coger el autobús hacia casa de mis padres. – Lo notarán seguro - , - no puedo disimularlo-. Habían sido 3 años de amor, rotos en un instante y eso duele, uf ¡ que si duele y aún más con cuernos de por medio.

Entré directo en el baño, ya que ese pequeño piso me ofrecía la ventaja de pasar directamente allí, sin pasar al salón. Me encierro en el baño, y me siento en la taza, como si tuviera yo ganas de mear ahora. Pero por algún lado tengo que derramar mi rabia y lógicamente rompo a llorar como un niño, me tiro por el suelo (con los pantalones bajados), pataleo y doy un puntapié a la puerta –que más tarde me costaría para mas INRI, una severa bofetada de mi padre-. Así que, roto de angustia y dolorido en mi mejilla derecha, me tumbo en mi cama sin abrir boca, y sigo llorando hasta la mañana siguiente.

Ella tuvo que ser, mi madre, la primera que hablara conmigo. Sólo me dijo una frase, una contundente frase: “hijo, esa mujer no era para ti. El mejor regalo que ha podido hacerte es olvidarse de ti”. Hoy, después de 10 años, he abierto la cajita de tus recuerdos, Rocío, y te lo agradezco enormemente.

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