lunes, 21 de enero de 2008

El terror más profundo

Cuando sales de casa para ir a la calle a jugar y tienes 16 años, la verdad es que te dan miedo pocas cosas, sólo quieres comerte el mundo, ser el más guay, ligar más que nadie y llegar lo más tarde posible a casa. Pero lo problemas empiezan a aparecer al salir por el portal; ahí está Lola tonteando con Fernando más pegajosos que una lapa, con lo que tengo que entretenerme rápido para desviar mi atención y pensar en jugar un partidillo de fútbol con los de la calle de al lado. Sin más retraso y nada más comenzar, recibes un pelotazo en todos los cataplines que te deja sin sentido y con un dolor que no sería capaz de adormecer ni la gloriosa Lola. Coño, ha vuelto a mi mente ella, pero si me importa un bledo, concéntrate en recuperar tus testículos y poner toda la carne en el asador, nunca mejor dicho, para enchufar algún gol que me saque a hombros de aquel patatal. Sin embargo, en vez de salir a hombros, salgo derrotado en dos sentidos, de cansancio y por perder contra tu peor enemigo.
Nos cobijamos en el juego del rescate para dar emoción a la tarde, pero lo que ocurre es que mis amigos me han de rescatar de las manos de los gitanos, que me habían llevado a los trigales para después bajarme los pantalones y…., no penséis mal, restregar mi culito por todas aquellos cardos borriqueros de los cuales me estuve acordando durante una semana. ¿Qué haría yo si Lola me pellizcara en el culo? Claro que aún no se había fijado en mí, como para tocarme el trasero, ¡qué iluso! Por favor, quiero apartarla de mis pensamientos pero no puedo, es mi obsesión. Al regresar a nuestra calle, que era nuestro hogar de media tarde, decidimos jugar a churro, media manga, manga entera y para más sufrimiento me toca de nuevo ponerme debajo, con lo que al notar el primer jinete en mi espalda, recuerdo que mis nalgas irritadas producen con el roce del calzoncillo y el peso de ¡LOLA! un dolor insoportable que me hace tragar el sonoro grito que quería lanzar. Dios mío, que placer, la tengo encima de mi y sueño con darnos la vuelta e intercambiar posiciones, pero el fétido olor de un sonoro pedo de mi compañero de delante, me hace despertar rápidamente y sacar la cabeza de entre las piernas de ese cerdo asqueroso, y encima aguantar las risas y mofas de aquellos que dicen ser mis amigos. ¡Jo! Y encima me he puesto todo colorado delante de ella, con lo cuál me he vuelto capicúa, ya que tengo la cara como el culo de roja.
Joder, vaya tarde, hay días que es mejor no salir de casa, no se qué más me puede ocurrir, pero para evitar esto decido subirme antes de tiempo a casa. Me daré una ducha y mojaré mis penas. Ya en la ducha, me unto mi malherido culito con medio bote de Nivea, me embadurno la cabeza con ese asqueroso champú anticaspa, y decido ahora si, pensar en Lola pero a solas entre ella y yo, en la ducha y sin nadie de por medio. Cierro los ojos, y con mis manos empiezo a despertar a mi escondido pene – es duro recibir un pelotazo ahí – y sin más dilación comienza la masturbación. Ella está aquí conmigo, bajo el agua calentita, con sus nalgas entre mis piernas, ummm, y la cremita me ayuda al juego íntimo que deseaba culminar. En ese profundo éxtasis de adolescente que parecía por lo menos acabar con un mal día, no pude ni percatarme que mi madre había entrado en el baño para coger la fregona, que siempre guardaba en la bañera, y que tras correr la cortina pudo contemplar aquella escalofriante imagen de mi mismo. Mi pelo lleno de champú, mi trasero lacado de un blanco cremoso y mi mano derecha enganchada a mi pene como a un clavo ardiendo. Aquel día nos miramos a los ojos, madre e hijo, una mirada fija y penetrante de mi madre, que aún sigo considerando el terror más profundo.

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