lunes, 21 de enero de 2008

El tamaño importa

Este viejo sobrado me trae recuerdos entrañables de mi familia y de mi infancia. Me gusta acariciar cada objeto y pararme unos segundos a revivir escenas del pasado en aquél mismo lugar, sin antes limpiar el polvo mohíno que les cubre. Hemos venido en la furgoneta del trabajo de Héctor al pueblo de mi abuela, para transportar todo a nuestro nuevo piso y empezar a acomodarnos muy prontito. Las mujeres somos así, no tenemos apenas muebles pero nos gusta llenar todo de cacharritos, aunque sea por tenerlo en el trastero, pero eso sí, a tan solo unos pisos hacia abajo a golpe de ascensor. Yo sermoneaba a Héctor, que parecía aburrido mirando por la pequeña ventana que daba al pico Grao.
-Héctor, tienes la misma cara que las vacas, cuando les pasa el tren por delante.
-Cómo quieres que esté, aquí no hay más que cosas viejas inservibles y huele a boñiga de oveja., replicó él.
Mira, le dije, toda esta vajilla, estos marcos de fotos, la bicicleta rosa, el palanganero blanco y el cabecero de la cama, lo he heredado de mi abuela. Nos lo llevaremos en la furgoneta para irlo acoplando poco a poco, ¿Qué te parece? El odiaba todo lo que yo mencionaba respecto a mi abuela, ya que fueron serios enemigos, después de haberla pisado el juanete en el baile del año pasado. Además, el que yo repitiera constantemente la palabra “herencia” le descomponía, porque a decir verdad, no sabía hablar de otra cosa. Que si la herencia de mi tía, la herencia de mi abuela, la herencia de no se quién, como me decía él con rabia. Y además, su familia, muy pobre no tenía nada que ofrecer.
-¿Porqué no nos quedamos a dormir aquí, Marta? --uy no contesté, con el frío que hace en Soria por las noches, quita ,quita. Yo sabía por donde venían los tiros, porque después de 6 años de noviazgo, no le había dejado entrever ni siquiera un pecho, yo he sido muy puritana para todo esto. Recuerdo la primera y última vez que me tocó el culo, la patada en la espinilla que se llevó. Y hasta hace bien poco repudiaba los besos con lengua, con eso digo todo.
Pero, yo misma me sorprendo, porque tengo mis propias fantasías con Héctor, y algún día tendremos que llevarlas a cabo, digo yo, si él no se cansa de esperar.
- Podemos pasar una noche mágica, dijo acercándose despacio hasta mí. Al fin y al cabo en unos meses estaremos juntos en nuestro pisito, ¿para que esperar? Según daba un pasito hacia delante, yo lo daba hacia atrás, y así hasta completar el ancho del sobrado, hasta tropezar con el viejo arcón de mi abuelo y dejarme sentada en él, quedando justo mi rostro asustado enfrente de su paquete. Tras un minuto eterno en silencio, en el que mis instintos más profundos emergían a través del latido del corazón, mi garganta se secó y con los ojos cerrados comencé a bajarle el horrible pantalón de chándal que se ponía cada sábado. Cuando mis manos llegaron a sus tobillos, volví a subir mis manos hacia arriba para encontrar sus calzoncillos, y repetir la misma operación. Justo cuando mi cabeza llegaba arriba, y después de humedecer mi lengua sin que él lo notara, mi nariz tropezó con su miembro erecto, lo que me hizo abrir los ojos y encontrarme de frente con un miembro de unos 25 centímetros apuntando directo a mi boca.
Pero Dios mío, ¿Qué esto? Exclamé. A continuación el pronunció las palabras que hicieron que nuestra relación terminara por completo en ese mismo instante.
- Es la herencia de mi padre – se mofó Héctor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué humor tan inteligente. Compártelo más a menudo.