lunes, 21 de enero de 2008

La última vez

A petición popular de los 3 chicos de la oficina, serías la nueva administrativa que ocuparía la plaza vacante en la sección de metales. Por fin una mujer en la empresa, seríamos veinte contra una, pero vaya una. A simple vista y de un primer vistazo, teníamos un cuerpo sinuoso, curvas bien marcadas y feminidad reflejada en sus gestos y su voz. Un bomboncito que no pasaba desapercibida a los ojos de nadie, pero los que nos derretíamos como chocolate éramos nosotros, aunque sabíamos disimularlo bien cuando estábamos junto a ella.
Mi costumbre de llegar pronto cada mañana, me hacía disfrutar a solas con ella unos minutos, en los que yo no solía abrir la boca, ya que de los labios de Silvia brotaban todo tipo de sucesos y pensamientos que había vivido la tarde anterior. Con estas conversaciones, simpatía y buen hacer en su trabajo, se fue ganando la confianza de superiores, clientes y todos los compañeros, llegando incluso a olvidar en muchos de los momentos lo buena que estaba. La oficina, e incluso, yo diría que toda la empresa había cambiado de cara, y se respiraba otro ambiente de compañerismo. Pero claro, no todo podía ser así, como en un cuento, siempre existe el malo, el ogro o el monstruo. Después de varias palmaditas en la espalda, halagos y buenas palabras, llega el día en que de repente desapareces de mi lado; un aviso de mi compañero David, me hace girar la cabeza a mi derecha y detrás de esa fea tabla de contrachapado, no encuentro su bello rostro. –Lleva un buen rato en el despacho del jefe-, me indicó David. Un escalofrío recorre mis brazos para llegar a hacer temblar mis rodillas y nuestras miradas unidas a la de Mario , su compañero de metales, se quedan fijas, en la nada, ausentes de vida, como si algo nefasto estuviera a punto de suceder. Sólo hubo que esperar un rato para conocer el desenlace. –Podéis pasar a mi despacho para despediros de ella-, nos anunció una voz seria y falsamente triste. Entré el primero, y no pude reprimir mis lágrimas al ver las tuyas, reconfortándonos en un placentero pero amargo abrazo. Pudimos escucharte después de desahogarte, como explicabas que el motivo del despido era la disminución en tu rendimiento. Es decir, la habían despedido por ser mujer, por haber superado todas las trabas, por haberse acoplado bien al ritmo de trabajo, por ser guapa y a la vez inteligente, por cogerse unos días para ir a Montmelló, y por hacernos reír a todos cada día.

Esa fue la última vez que la vi llorar (también la primera), pero afortunadamente la sigo viendo a menudo, y su forma de ser no ha cambiado; allá donde trabaja se expresa de forma natural tal y como es ella, no cambia, guste o no sigue siendo Silvia. Aquella que siempre grita “frío”, que come kikos en la oficina, que viene de empalme sin dormir y sobrevive un día completo con una coca-cola, que me miraba y ya sabía lo que estaba pensando, que bromeaba y era víctima de bromas, que adoraba a Valentino Rossi, en fin, una persona normal con un gran corazón y que una gran parte aún nos pertenece.
Una canción india me ayudó a despedirte, y aún suena en mi teléfono esa triste y a la vez alegre melodía, pero no quiero volverte a ver llorar. Espero que sea la última vez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cualquiera anhelaría ser amigo tuyo. Que derroche de sensibilidad.